“Podemos mirar el estado presente del universo como el efecto del pasado y la causa de su futuro. Se podría concebir un intelecto que en cualquier momento dado conociera todas las fuerzas que animan la naturaleza y las posiciones de los seres que la componen; si este intelecto fuera lo suficientemente vasto como para someter los datos a análisis, podría condensar en una simple fórmula el movimiento de los grandes cuerpos del universo y del átomo más ligero; para tal intelecto nada podría ser incierto y el futuro, así como el pasado, estarían frente a sus ojos.”
-Pierre Simon de Laplace
«Dios no sólo juega a los dados con el Universo; sino que a veces los arroja donde no podemos verlos.»
-Stephen Hawking
Una pequeña tribu de cazadores-recolectores se acerca a las orillas de un río. Un río de los muchos que han visitado a lo largo de su vida, un momento en busca de agua y comida, en otro huyendo de depredadores o de otras tribus agresivas. Súbitamente uno de sus miembros nota algo peculiar: siempre que se acercan a este río en esta época hay algo especial, tal vez hay más peces comestibles o alguna planta que les sirve de alimento se encuentra en el punto óptimo para ser consumida. Tras varias arengas para convencer al resto de sus compañeros, logra hacerles ver que esa peculiaridad no es casual o azarosa, sino que puede ser predicha con algo de precisión si se pone atención a ciertas señales como la crecida del río o las posiciones del sol y la luna en el cielo. Con el paso del tiempo, un número importante de miembros de la tribu quedan convencidos de la regularidad que han encontrado y deciden asentarse en las cercanías del río para aprovechar las ventajas de este descubrimiento; dando origen a las primeras tribus sedentarias en la historia de la humanidad. En ríos que hoy conocemos como Nilo, Eufrates, Tigris o Yangtze, se desarrollarían las bases de nuestras civilizaciones modernas.
En un mundo incierto como el que habitaban los primeros humanos, repleto de peligros mortales y escaso de alimentos y refugio «la vida de los hombres es solitaria, pobre, sucia, brutal y corta» como dijo Hobbes. Todo aquello que sirviese como isla de certeza, de seguridad, ante la avalancha caótica de la vida sería un tesoro de valor inconmensurable ¿Es acaso asombroso que esas mismas civilizaciones antiguas hayan sido las que dieran origen a nuestros primeros intentos de codificar las regularidades del mundo, la filosofía y la religión? Con el tiempo, la filosofía nos daría a la ciencia como una de sus hijas más preciosas, que hoy en día le permite al ser humano colocarse como el primero entre los pares del mundo animal y como el guardián imperfecto de los destinos de las especies del planeta.
Hemos progresado desde los albores de nuestra civilización, sin embargo, nuestras mentes paleolíticas aún no se acostumbran a lidiar con la incertidumbre ¿Cómo hemos manejado la incertidumbre del mundo que nos rodea? ¿Cómo hemos reconciliado nuestra necesidad de seguridad, nuestro miedo a lo desconocido, con las limitaciones físicas y mentales que definen nuestra humanidad? ¿Hay acaso alguna manera de calmar ese temor que parece escrito en nuestros genes? Algunas de las respuestas que hemos encontrado son interesantes y, aunque no resuelven del todo nuestro miedo a la incertidumbre, veremos cómo la perspectiva científica nos da una especie de caja de herramientas para manejar el miedo y aprovecharlo para mejorarnos como personas, como comunidad y como especie.
La detección de patrones en el comportamiento de la naturaleza y nuestra capacidad para aprovecharlos es un paso fundamental para comenzar a comprender y, cuando es posible, domar la incertidumbre del mundo que nos rodea. De igual manera que un niño comienza a notar las relaciones entre objetos y les adscribe personalidad, intención y volición; nuestros antepasados imaginaron agentes poderosos de cuyo humor dependían las regularidades de la naturaleza. Primero vistos como espíritus y luego como deidades, nuestros antepasados construyeron intrincados y complejos sistemas para mantener contentos y obtener el favor de estos agentes, para así garantizar para sí mismos algo de protección en un mundo incierto.
La identificación de patrones y su aprovechamiento es una habilidad clave para el éxito evolutivo de una especie, desde el más humilde organismo unicelular que se mueve para evitar regiones de alta salinidad que lo desecarían por presión osmótica, hasta el modelo estándar de las partículas elementales, nuestra teoría científica más exitosa hasta la fecha. Lamentablemente esta indentificación es preocupantemente fácil de engañar y manipular; se pueden producir falsos negativos, donde fallamos en detectar un patrón que realmente existe, y falsos positivos, donde detectamos un patrón que no está. Los primeros, en su versión inofensiva hacen que no entendamos un chiste en una conversación o fallemos en notar que nuestros amigos preparan una fiesta sorpresa para nuestro cumpleaños y, en su versión nociva llevan a una terrible muerte en las garras y dientes de un depredador. Los segundos, cuando inofensivos, son la base de la prestidigitación, la pareidolia y muchas ilusiones ópticas; cuando nocivos, son la base de errores como las teorías de conspiración y las seudociencias.
El lector atento habrá notado el sesgo cognitivo a favor de los falsos positivos puesto que habrán sido pocos de nuestros antepasados los que murieron por pensar que Hera conspiró con dioses y críptidos para hacer sufrir a los semidioses resultantes de las infidelidades de Zeus, mientras que si alguno de nuestros antepasados fallaba en detectar a un depredador escondido en la maleza rápidamente dejaba de ser antepasado para convertirse en almuerzo ¿Es acaso sorprendente que nuestras mentes tengan un sesgo favorable a la creencia cuando nos provee de una pretendida seguridad en medio de un mundo incierto?
Ese fue el orden de las cosas durante siglos. Pero es difícil no tener problemas con dioses tan caprichosos y, en rebeldía, algunos se enfrentaron con los defensores de esa cosmovisión. Sus defensores decían que eran nuestros pecados contra los dioses lo que los hacía iracundos y caprichosos y, a fin de cuentas, los dioses actúan de maneras misteriosas. Los inconformes intentaron encontrar el sentido, el verdadero orden de las cosas y es a estos últimos a quienes se les ocurrió un primer mecanismo para verificar los errores en nuestra detección de patrones: si se afirma algo acerca del comportamiento de la naturaleza, pues sería pertinente comparar sistemáticamente con la misma y asegurarnos de que no estemos cometiendo errores: elaborar hipótesis y desarrollar teorías.
En el contrastar con la naturaleza comienza una de las grandes revoluciones de la ciencia. El mundo no es simplemente un cristal que distorsiona los designios de los dioses, en contraste, es un libro abierto a los ojos de quienes busquen con sinceridad dilucidar sus secretos. El conocimiento del mundo no es un misterio cerrado a un grupo selecto de hombres (y siempre eran hombres) con línea directa a los dioses. Es a esto a lo que hace referencia Galileo cuando dice que la naturaleza es un magnífico libro abierto a todos aquellos capaces de entender su lenguaje: el lenguaje de las matemáticas. Antes de Galileo, otro gran italiano, Girolamo Cardano dio los primeros pasos para la segunda gran herramienta que nos ha permitido controlar la incertidumbre: la probabilidad y la estadística.
Cardano era un apostador empedernido constantemente al borde de la ruina, así que si había alguien con un fuerte interés en controlar la incertidumbre, ese era él. Su libro Liber de ludo aleae es el primer tratamiento sobre las probabilidades del mundo occidental en el que se habla de una probabilidad como una razón entre hechos favorables y hechos posibles. Tras sus trabajos tenemos un verdadero panteón de figuras matemáticas que nos han dado más y mejores herramientas para enfrentar la incertidumbre en términos racionales y matematizables: Fermat y Pascal sistematizaron las ideas de Cardano en el cálculo de probabilidades que conocemos hoy en día (la incertidumbre acerca de la existencia de un dios llevó a este último a crear la infame “Apuesta de Pascal” como un débil argumento a favor del deísmo), Gauss nos dio la distribución normal y el método de mínimos cuadrados para minimizar los errores en las mediciones de datos, Bayes mostró los mecanismos mediante los cuales se debe evaluar la factibilidad de una hipótesis ante nueva evidencia, Quetelet creó la idea del “hombre promedio” para aplicar la estadística al estudio de las poblaciones humanas.
He aquí entonces todo un edificio matemático y racional para enfrentar la incertidumbre. La ciencia y la matemática nos permiten encontrar algunos patrones en el fárrago de eventos del mundo. Algunos de estos patrones expresan regularidades que podemos controlar, manipular y aprovechar para hacer nuestras vidas gregarias, opulentas, saludables, cómodas y largas (qué es la tecnología sino precisamente esos patrones que somos capaces de manipular a conveniencia).
Otros patrones yacen más allá de nuestro control pero aún así podemos navegar su impredictibilidad (como por ejemplo la frecuencia y ubicación de terremotos); el conocimiento nos permite tomar precauciones materiales y sicológicas que nos proveen de gran robustez. Materialmente, la profilaxis, el entrenamiento y nuestros mejores oficios buscan asegurarse de que los resultados negativos, cuando ocurran, sean lo menos drásticos posibles (ese es el punto de las construcciones antisísmicas y los entrenamientos de comportamiento ante catástrofes) y sicológicamente, el comprender las causas, los mecanismos, los patrones incluso de eventos que yacen más allá de nuestro control brinda la confianza de la familiaridad, la de la luz de la fogata que ilumina lo desconocido y desvanece los monstruos.
Pero también subyace aquí un riesgo, cuando la humildad ante lo desconocido y ante nuestras propias limitaciones es dejada de lado por motivos económicos, políticos o por simple arrogancia. Nuestros modelos matemáticos y nuestro progreso científico son precisamente eso: modelos, con rangos limitados de aplicación y con defectos (algunos conocidos y otros no) y el progreso en todo aspecto es lento, doloroso, tentativo e imperfecto.
Los libros de historia están repletos de ocasiones en que nos hemos cegado voluntariamente a las limitaciones de nuestros modelos, casos en los que su accesibilidad o su uso descontextualizado lleva a desastres. Un ejemplo reciente cuyas consecuencias aún sentimos hoy: muchos de los modelos empleados por los bancos europeos y norteamericanos para predecir las probabilidades de impago de las deudas que eran la base de sus instrumentos de inversión estaban basados en el Modelo de Black Scholes cuyas limitaciones eran bien conocidas por sus creadores.
Sin embargo, la divulgación de herramientas estadísticas de fácil uso permitieron que muchos inversionistas en búsqueda de enormes riquezas con mínimo esfuerzo, pudiesen emplear esos modelos sin conocimiento de sus limitaciones y rangos de aplicación. Esto, unido a los fuertes incentivos económicos en contra de la comprensión real o el análisis crítico de dichos modelos, llevó a la catástrofe económica más importante desde la Gran Depresión; cuyas repercusiones nos han traído a este presente de más incertidumbre política, económica y social.
¿Calma todo esto nuestro miedo innato hacia lo incierto? ¿Queda así silenciada esa vocecita ancestral que hace que temamos más a volar que a caminar en la calle, a pesar de que toda la evidencia apunta a que el primer medio de transporte es muchísimo más seguro que el segundo? ¿Garantiza todo esto que mañana no habrá otra catástrofe en los mercados, otro atentado terrorista, otra tragedia que arrebatará la vida, seguridad o felicidad de miles? No, lamentablemente no hay escapatoria a la incertidumbre; pero si hay algo que podemos dar por seguro es que no serán los caprichos de los dioses ni las divagaciones de los oráculos quienes nos ayudará a manejar esas crisis, por el contrario, será el camino científico racional que hemos desarrollado dolorosa y lentamente por milenios el que nos permitirá prevenir aquellas tragedias que podamos, así como manejar aquellas que no. Está en cada uno de nosotros desarrollar la comprensión estoica para encontrar el equilibrio entre la seguridad del conocimiento y el temor de la ignorancia de los que hablaba el ex-Secretario de Defensa estadounidense Donald Rumsfeld cuando decía:
“…as we know, there are known knowns; there are things we know we know. We also know there are known unknowns; that is to say we know there are some things we do not know. But there are also unknown unknowns – the ones we don’t know we don’t know. And if one looks throughout the history of our country and other free countries, it is the latter category that tend to be the difficult ones.”
“…como sabemos, tenemos lo conocido conocido; que son cosas que sabemos que sabemos. También sabemos que existe lo desconocido conocido; es decir, las cosas que sabemos que no sabemos. Pero también existe lo desconocido desconocido, que son las cosas que no sabemos que no sabemos. Y si uno mira a lo largo de la historia de nuestro país y de los otros países libres, es esta última categoría que resulta ser la más complicada.”
-Donald Rumsfeld
Para saber más:
- Orrell, D. (2017), Economyths: 11 Ways Economics Gets it Wrong, Icon Books.
- Patterson, S. (2010), The Quants: How a New Breed of Math Whizzes Conquered Wall Street and Nearly Destroyed It, Crown Publishing Group.
0 comentarios