Paula Bergero
Microrrelato de Ciencia Ficción
La chica, de jeans y zapatillas, y con la pesada mochila colgando de un hombro, bajó la angosta escalerita que conducía al subsuelo del Departamento de Física. Sopló su flequillo rolinga, de color castaño rojizo, mientras pisaba con cuidado los escalones de mármol blanco, muy gastados en el centro. No era excesivamente alta, pero tuvo que agachar la cabeza para no golpearse con una viga en el dintel. Siempre sorprendía a los recién llegados que esa especie de pasadizo fuera el acceso a los laboratorios y oficinas. En realidad, no era un subsuelo real, porque para acceder al edificio, ya centenario, había que ascender una considerable escalinata. Ya los otros tres alumnos esperaban apoyados en la pared, al lado del Aula de Experimentos.
Cómo me fumaría un pucho, pensó. Pero tengo que dejar de una vez esta porquería.
Por el pasillo se acercaban la profesora y el jefe de trabajos prácticos de la materia, conversando. Entraron al aula, seguidos por los alumnos. Se acomodaron alrededor de la mesa de madera, encendieron el adquisidor de datos mientras el JTP verificaba las conexiones. La profesora, con guantes de látex, abrió una pequeña cajita oscura y retiró cuidadosamente dos muestras con una pinza. Lorena le miró los talones ajados que asomaban por la sandalia, intentando estimar la edad de la mujer. ¿Cuarenta y tres? Cuarenta y cinco a todo trapo.
Integrar el único grupo que debía rehacer el experimento no era muy auspicioso. Los docentes se las ingeniaban para hacerles sentir el fastidio que les causaba la repetición, porque significaba sacrificar algo de su valioso tiempo. Pero a la vez, el fallo de los estudiantes reafirmaba la dificultad que se esperaba en una materia tan avanzada en la carrera. La tarea, sin embargo, no era difícil. La muestra radiactiva a estudiar se colocaba enfrentada al detector, que era una sofisticada cámara del tipo de las que llevan las cámaras fotográficas digitales. Una computadora, con un adquisidor de datos, recibía el espectro de emisión de la pequeña pastillita radiactiva. Una segunda muestra, también radiactiva y de espectro conocido, se usaba como referencia, para calibrar las energías.
-Esta vez no me preguntó si estoy embarazada -pensó Lorena-. Y bien podría estarlo… aunque claro, serían apenas un par de semanas, o incluso menos. Bueno, igual no creo.
Comentaban entre ellos que todo parecía igual a la vez anterior, la misma mesa, mismo equipo, las mismas posiciones para todo. Salvo el detector, que lo habían reemplazado por uno similar.
-Queda todo funcionando. En un rato nos damos una vuelta a buscar las muestras -dijo el JTP.
No había mucho más que hacer, salvo esperar que la máquina registrara y luego llevarse los datos en un pendrive para hacer los gráficos y el informe.
Conversaron un poco, repartieron las tareas para los experimentos siguientes, mirando de vez en cuando la pantalla. Allí la línea de base se iba deformando para crear un perfil que bien podía ser
geográfico, con picos acampanados, valles y bordes.
-No, no… -dijo Gerardo-. No puede ser. Parece que ahí está otra vez!
Se acercaron al monitor. Efectivamente, una pequeña protuberancia iba creciendo en la misma posición que antes. Todo lo demás estaba bien. El pico de aniquilación electrón-positrón estaba donde lo esperaban, con sus 511 MeV. Pero ese otro… La primera vez, como no sabían muy bien qué esperar, no les llamó demasiado la atención. Prepararon el informe, como el resto. No pudieron identificar el origen; el ayudante les dijo que esa línea no debía estar ahí, que explicaran en la sección de Conclusiones todas las posibles causas que pudieran imaginar. A la semana siguiente, con tono afable, la profesora les dijo que tendrían que repetir el experimento, que el perfil no tenía sentido, que a veces la electrónica falla. Y allí estaban, mirando nuevamente ese pico que les arruinaba el espectro.
-Y si… -empezó Gerardo.
-Ni lo digas -le contestaron casi a coro-. Cómo vamos a «dibujar» los datos. No seas chanta.
De todos modos, sabían que no lo decía en serio.
-La puta madre -masculló Lorena, resoplando nuevamente el flequillo.
-Será algo en el adquisidor -les dijo el JTP cuando volvió con la pinza y la cajita a buscar la muestra, y los alumnos le mostraron el espectro-. Otra no se me ocurre. La radiación de fondo no puede tener ese picazo ahí. Quedemos para la semana que viene, a la misma hora, si todos pueden. Yo le aviso a Fernanda para que reserve el aula y el equipo.
Lorena levantó con esfuerzo la mochila, se la puso al hombro, palpó en el bolsillo del jean los cigarros y el encendedor, adelantándose al momento de prender uno. Sólo se permitía tres por día. Subió de un tirón la escalerita, apurándose para no impacientar al ingeniero, que esperaba para bajar. Era tan angosta que sólo podían pasar de a uno.
Aunque se conocían de vista, no se saludaron, porque no era costumbre en el ambiente. Los que no eran compañeros de cátedra, o de oficina, se dirigían a lo sumo un gruñido de reconocimiento.
El ingeniero recorrió el corredor, sacó del maletín un manojo de llaves y entró al Aula de Experimentos, donde hacía un tiempo venía haciendo algunas mediciones puntuales para sus cálculos de diseño de contenedores de sustancias peligrosas. Se acercó a la mesa de madera, donde estaban los equipos, y apoyó allí las placas de distintos polímeros con nanopartículas metálicas que estaba testeando para usar como blindaje. Buscó en sus bolsillos los guantes descartables; una vez más los había olvidado, a pesar de las abundantes recomendaciones de los experimentales. De modo que deslizó la mano, con la palma desnuda hacia arriba, por debajo de la gruesa madera de la mesa y fue tanteando hasta encontrar la pastillita de referencia que había dejado pegada la semana anterior con cinta adhesiva. Por su cara cruzó una sonrisa fugaz. Si lo retaban por no usar guantes, el escándalo que le harían por eso. Por suerte, no había testigos. Mientras ubicaba la pastilla frente al detector, vio por la ventana a Lorena que pasaba rápido, envuelta en humo, y frunció la nariz con desaprobación. No me banco a la gente que fuma, pensó.
Paula Bergero es física, investigadora en Argentina (CONICET). También hace comunicación pública de ciencia (en el portal CienciaNet, en tres libros editados por el Instituto de Física La Plata, y hace un tiempo editando el Boletín de la Asociación Física Argentina). Trabaja activamente por la visibilización de las mujeres científicas, publicando colaboraciones breves en diversos medios y últimamente creando entradas de wikipedia sobre colegas argentinas.
AGRADECIMIENTOS
La Fundación Persea agradece la infinita generosidad de sus patrocinadores: Carlos Ortega Sr., Sobella Mejías, Héctor Pittman Villarreal, My fit body project y Vicente Di Clemente (Estrella Gigante Roja en Patreon) .
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