Adel Khoudeir Maurched
Desde que el ser humano sintió la importancia del saber, organizó las estructuras necesarias para preservarlo, transmitirlo y generarlo. Tenemos como ejemplos, la Academia de Platón, el Liceum de Aristóteles y el Museum de los alejandrinos. Pero ninguna ha perdurado tan exitosamente como la Institución Universitaria. Su historia, sin embargo, ha sufrido muchos sinsabores. Cuentan que por los años 900, cuatro médicos en Salerno, un cristiano, un judío, un musulmán y el otro un griego, decidieron enseñar medicina de manera autónoma, libre de influencias religiosas y ajena a la intromisión de cualquier poder. Luego en el año 1158, se creó la primera institución universitaria, la Universidad de Bolonia, la cual surgió por la necesidad que tenían boyantes artesanos y comerciantes por adquirir conocimientos. Estos decidieron emplear a los académicos de entonces, quienes tutelaban a la nobleza, para desarrollar un sistema organizado de educación. En 1160 se crea la Universidad de Oxford y tiempo después, en 1200, la iglesia católica, ni corta ni perezosa, funda la Universidad de París iniciando su hegemonía sobre las universidades hasta inicios del siglo XIX.
En 1215 se crea la Universidad de Salamanca, la de Cambridge en 1224 y así siguieron creandose universidades en Europa. Estas instituciones que se dedicaban a estudios de teología y a la enseñanza de las llamadas artes liberales, el trivium y el quadrivium, contribuyeron significativamente a que la Europa empobrecida y analfabeta de la baja edad media, empezara a generar ciertas riquezas que la Iglesia coadyuvó y usufructuó para consolidar su poder en la alta edad media.
Paralelamente al surgimiento de las universidades, se fortaleció la labor de traducir las obras clásicas de los griegos, que previamente los árabes habían resguardado, traducido y estudiado. En esta coyuntura, Tomás de Aquino, profesor de la Universidad de París, escribió la Summa Theologica, en la cual cohabitan la filosofía aristotélica con la teología cristiana y a pesar de un rechazo inicial, a la larga logró afianzarse para consolidar una estructura sumamente conservadora y dogmática. La consecuencia fue que las universidades estuvieron marginadas de la revolución científica de los siglos XVI y XVII, en uno de los periodos más trascendentales de la humanidad.
Fueron las creaciones de las sociedades científicas quienes asumieron la vanguardia en la generación de conocimientos, como la Academia Lincei en Roma, creada en 1603 o la Royal Society en Londres fundada en 1660. Así, por ejemplo, Galileo Galilei, quien se inició en las Universidades de Pisa y Padua, pronto rompió sus relaciones con estas instituciones peripatéticas y es contratado por los Medici en Florencia y admitido en el Lince. Isaac Newton, que desde muy joven estuvo vinculado a la Universidad de Cambridge, siempre tuvo una relación más estrecha y fructífera con la Royal Society.
Todo este panorama recibió un drástico giro cuando dos hechos trascendentales hicieron cambiar la praxis universitaria al comenzar el siglo XIX. En 1809, Wilhelm von Humboldt, siendo ministro prusiano de educación, inicia una radical reforma del sistema educativo universitario. En su obra Sobre la Organización Interna y Externa de Instituciones de Enseñanza Superior señaló:
En la organización de instituciones de enseñanza superior todo depende de aferrarse al principio de que el conocimiento es algo no completamente descubierto y siempre enteramente por descubrir, y que debe ser incesantemente perseguido.
Al fundar la Universidad de Berlín en 1810, Humboldt incorporó por primera vez la investigación científica como la actividad esencial de la vida universitaria. Después de casi ocho siglos transcurridos desde Bolonia surgió la universidad científica en Berlín, que aún prevalece al mirar que las universidades más productivas, esas que ocupan los primeros lugares en todas las mediciones de rendimiento universitario, se caracterizan por ser universidades investigadoras.
El otro hecho que modificó el quehacer universitario ocurrió en 1808, cuando Napoleón Bonaparte unificó la administración universitaria francesa, centralizándola en París, orientando y priorizando la formación de profesionales. Las escuelas politécnicas y superiores, creadas a los pocos años de la revolución francesa fueron los centros universitarios en los cuales Napoleón fortaleció su modelo de educación superior. Huelga mencionar que Napoleón fue un entusiasta de la ciencia y la tecnología, tanto que, en su famosa expedición colonial a Egipto, en 1800, se llevó a los más destacados de la academia francesa.
Podemos decir que Berlín y París fueron las ciudades que gestaron la universidad moderna, la universidad caracterizada por la investigación científica y la profesionalización. Como consecuencia de esto, la docencia universitaria se vitalizó, no podía estar alejada de la investigación científica y en la formación de profesionales de calidad, que dejó de ser una actividad que básicamente transmitía conocimientos, para ahora contribuir activamente en la producción de conocimientos.
Enseñar lo que se investigaba e investigar enseñando constituyó un leitmotiv esencial de las universidades desde entonces. Por distintos motivos, tanto el modelo alemán como el francés no se desarrollaron de manera complementaria en el siglo XIX. Así, por ejemplo, los británicos prefirieron el diseño de Humboldt, mientras que españoles y portugueses se alinearon con el modelo napoleónico y lo transmitieron a las universidades de sus colonias en Latinoamérica. Un ejemplo lo tenemos en Andrés Bello, quien reorganizó napoleónica y exitosamente la Universidad de Chile en 1843.
En cambio, las convencionales universidades de los Estados Unidos de América comenzaron a cambiar su estructura muy tarde, ya en la última década del siglo XIX, creando cursos de doctorado, enviando sus estudiantes a las principales universidades europeas y estimulando la investigación científica como motor principal de la vida universitaria. Esto permitió crear un escenario apropiado para poder asimilar la emigración de las mejores élites de las universidades europeas que huyeron de los regímenes totalitarios, previo y durante la II guerra mundial, y que, sin duda alguna, han hecho de las universidades estadounidenses las mejores calificadas actualmente. No es mera casualidad que la mayoría de los premios Nobel son estadounidenses. Antes de la II guerra mundial, los Estados Unidos tuvieron trece Premios Nobel, después han obtenido cerca de 240.
De igual manera, Rusia entró tarde al escenario universitario y su primera universidad fue fundada en Moscú en el año 1755 por Pedro I, quien previamente creó la Academia de Ciencias en San Petersburgo en 1725. Bien conocidos son los logros científicos de los rusos en el siglo XIX en una sociedad netamente feudal y la importancia de los centros de educación superior en los planes de desarrollo industrial y científico en la época soviética. Y qué decir de las universidades chinas que entraron mucho más tarde a la competencia universitaria y basta mirar, justo ahora, sus ambiciones. Verbigracia, la exitosa y cuestionada empresa china Huawei cuenta con 188.000 empleados, en su gran mayoría reclutados de las mejores universidades, y de ellos cerca de 80.000 trabajando en investigación y desarrollo.
Como dijo el filósofo y matemático inglés Alfred North Whitehead: «La tarea de la universidad es inventar el futuro» y se inventó un futuro.
El convulsivo siglo XX vio cómo las universidades consolidaron un espacio tolerante, innovador, plural, crítico y confiable para el establecimiento de una convivencia pacífica en las sociedades y sus culturas. Pero las universidades no son islas palaciegas sino embebidas en el día a día de las actividades humanas, de logros y frustraciones en sus quehaceres cotidianos y su relación con todos los sectores que impulsan el desarrollo y el progreso de las sociedades.
Como un ejemplo exitoso de la interrelación de las universidades con el sector económico productivo, permítame mencionar la invención y el desarrollo del transistor en 1947, realizado en los laboratorios Bell de la famosa empresa AT&T. Sin el transistor, no tendríamos todo el progreso y comodidades que el éxito del mundo electrónico impregna en las sociedades actuales ni las actuales y halagadoras perspectivas futura de desarrollo; pero sin la mecánica cuántica gestada en las principales universidades en la década del siglo XX, el transistor sería solamente una ilusión. Y no es solamente el transistor quien adeuda a la mecánica cuántica su importancia sino otros productos como el láser, la resonancia magnética nuclear y en un futuro próximo la computación cuántica. Vemos la intención de empresas como IBM y Google, y universidades como el MIT en lograr computadores más eficaces y rápidos, o el peculiar interés de Microsoft en invertir en la investigación de exóticas entidades cuánticas conocidas como anyon para el desarrollo de la computación cuántica. Se estima que más de un tercio del producto interno bruto mundial proviene de tecnología cuántica y esto ha sido esencial en la transición que se vive actualmente, de lo meramente industrial a lo que ahora se conoce como la sociedad del conocimiento.
Ya no es suficiente con un título preuniversitario para satisfacer necesidades individuales ni coadyuvar al progreso de las sociedades. Como lo señala el sociólogo español Emilio Lamo: «La enseñanza superior es ya, en la moderna sociedad del conocimiento a lo que fue el bachillerato en la sociedad industrial». Por lo tanto, la administración universitaria es una cuestión de primordial importancia, la cual debe tratarse sabiamente y de manera pulcra. En particular, cada Universidad debe responder a sus específicos objetivos y esquemas de funcionalidad, y en general son asuntos inherentes a ellas: a) el ingreso de estudiantes que deben venir bien preparados de los sistemas primarios y secundarios de enseñanza, b) el ingreso de un personal capaz de generar y enseñar conocimientos de una manera original y c) el ejercicio de una autonomía honesta y responsable, sin injerencia externa que contaminen la excelencia de criterios académicos, para la planificación y ejecución de objetivos y políticas que estimulen y fomenten la investigación, la docencia y su interrelación con la sociedad, así como la consolidación de postgrados con los máximos requisitos de calidad y excelencia. Por tal razón, la instrucción universitaria, y en general todo el sistema educativo, debe ser un objetivo de atención prioritaria de cualquier estado con objetivos bien definidos de desarrollo y prosperidad, como lo son además la salud y la seguridad de un país.
La Universidad en Venezuela
Por supuesto, Venezuela entró tarde al concierto universitario, digamos que después de un allegro. Sus dos primeras universidades fueron creadas en el periodo colonial del siglo XVIII, la Universidad Central de Venezuela, Caracas, en 1721 y la Universidad de los Andes, Mérida, en 1785, mucho tiempo después que el Imperio Español decidió fundar la primera Universidad en suelo americano, la Universidad San Marcos en Lima, en 1551 y luego la Universidad de México en 1553; después vinieron la Universidad de Santo Tomás en Bogotá en 1580, la de Quito en 1586, Córdoba en 1619 , etc, y entonces, se acordaron de nosotros. Prácticamente, el siglo XIX universitario pasó de largo en Venezuela, exceptuando las creaciones de la Universidad del Zulia en 1891 y la de Carabobo en 1892 y haber tenido la presencia relevante de decimonónicos personajes como José María Vargas, Juan Manuel Cajigal o Adolfo Ernst.
Y tarde volvimos a entrar en el siglo XX, muchos años después de concretarse la reforma de las universidades latinoamericanas con el movimiento de Córdoba en 1918, liberándose del estilo conservador y anacrónico del modelo medieval universitario americano de entonces. En 1936, comienza a desarrollarse la investigación científica en las universidades venezolanas con nombres como Rafael Rangel, Francisco José Duarte, Elías Benarroch y Arnaldo Gabaldón, éstos dos últimos personajes fueron baluartes para la erradicación del paludismo en la década de los cuarenta. En 1936 se crea el Instituto Pedagógico de Caracas. En 1947 se funda el Instituto de Medicina Experimental de la Universidad Central de Venezuela y en 1950 se crea la Asociación Venezolana para el Avance de la Ciencia bajo el liderazgo del Dr. Francisco de Venanzi, quien posteriormente con la llegada de la democracia en Venezuela es nombrado presidente de la comisión universitaria de la Universidad Central de Venezuela en 1958 y electo rector para el periodo 1959-1963, y que en su gestión rectora creó la primera Facultad de Ciencias en una Universidad Venezolana. En 1959 se funda el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas.
Con el establecimiento del sistema democrático, surgen nuevas instituciones universitarias, la Universidad de Oriente en 1958, la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado en 1962, la Universidad Simón Bolívar en 1967. Mientras que en la década de los cincuenta aparecen las universidades privadas, la Católica Andrés Bello y la Santa María y después, la Metropolitana. Ya en la década de los 70, las principales universidades autónomas contaban con facultades de ciencias e ingenierías y junto con las facultades de medicina, se empezaron a desarrollar y consolidar los postgrados de investigación científica y tecnológica.
En la década de los 70 las universidades venezolanas se masificaron, creció el ingreso de estudiantes sin mucho control y sin el respectivo complemento de profesores, comenzó el aumento vertiginoso e inútil de la burocracia en la administración universitaria, que hasta el día de hoy sigue siendo un grandísimo problema, se acrecentaron los males en el sistema universitario con la intromisión de los partidos políticos en los asuntos académicos que requerían soluciones universitarias y en ningún momento amiguismo ni clientelismo.
No hubo respuestas ni medidas para frenar estos males y entrando la década de los 80, el Dr. Ernesto Mayz Vallenilla, planteó una reforma radical para enfrentar los problemas que aquejaban las universidades venezolanas. Su proyecto consistió en crear un sistema nacional de educación universitaria que el estado controlaría de manera centralizada y homogénea, de una manera análoga como existe en la educación secundaria con los liceos, y en donde la investigación, la cual se manejaría con otro sistema nacional, tendría muy poca vinculación con la docencia universitaria. Mayz Vallenilla consideraba que con este nuevo esquema se reduciría los males universitarios. Este proyecto fue discutido y rebatido por el Dr. Francisco de Venanzi quien reforzó la idea de impulsar más la investigación científica, tecnológica y humanista en las universidades, a vincularla más fuertemente con la docencia y exigir más méritos y excelencia académica en el sistema universitario. Es de señalar que el Dr. Venanzi fue el gran impulsor del Consejo de Desarrollo Científico, Humanístico y Tecnológico (CDCHT) en las universidades autónomas venezolanas y que estos organismos aplicaron, certeramente, acciones en la década de los setenta y ochenta, para que se consolidara la investigación científica, tecnológica y humanística en las universidades autónomas, lo cual conllevó a que las universidades venezolanas lograran alcanzar un alto nivel de reconocimiento y prestigio a nivel mundial, y en particular en Latinoamérica.
Este vertiginoso crecimiento de la investigación en las universidades hizo que entrando la década de los noventa se implementara por primera vez un mecanismo de incentivo y reconocimiento por parte del Estado a los investigadores, el Sistema de Promoción al Investigador, además de canalizar proyectos de importancia para el país por parte de los sectores públicos y privados. Por primera vez, la actividad científica hizo que las universidades obtuvieran más financiamiento por sus logros en la investigación y postgrados con el programa Coeficiente Variable de Investigación. Se consolidaron los postgrados y se crearon otros bajo estricto tutelaje por parte del Consejo Nacional de Universidades. No fue casualidad que la primera creación y aplicación de internet en Venezuela haya sido en una Universidad, y las universidades contribuyeron a las investigaciones petroquímicas que aportaron excelencia a la excelsa industria petrolera que tuvimos, y los hospitales universitarios brindaron calidad al sistema de salud nacional. Es decir, se empezó a fraguar la idea colectiva que la ciencia y la educación, con su debido financiamiento, era parte de un proyecto para el futuro desarrollo del país. Como muy bien lo señaló el matemático francés, Medalla Fields, Laurent Schwartz: «No hay ningún ejemplo de país desarrollado que tenga una universidad subdesarrollada».
Paradójicamente el crecimiento de las universidades venezolanas corrió paralelamente al desgaste de un sistema político incapaz de generar respuestas a los males que la sociedad venezolana venía acumulando en lustros anteriores. Y así llegamos al ascenso de Hugo Chávez al poder. Al inicio, con buenas intenciones, se otorgó rango constitucional a la autonomía universitaria, se reconocieron deudas incumplidas al sector universitario y se aprobó en el 2005 la Ley Orgánica de Ciencia, Tecnología e Innovación (LOCTI), un plan inédito para la ejecución de proyectos en ciencia y tecnología, que actualmente es disfuncional e inútil, por no decir acabado, y que sirve como un buen ejemplo para señalar que sin contar con una política y gerencia adecuada, no basta únicamente con tener financiamiento.
Pero hasta ahí las buenas intenciones con las universidades venezolanas por parte del chavismo. Casi todo se ha derrumbado. La actual situación de las universidades es calamitosa, yerma y dantesca. Fue política del gobierno chavista cercar, asfixiar e ignorar a las universidades autónomas desde el 2003. Desde entonces se ha visto una estrepitosa caída de la producción científica venezolana y un detrimento acelerado en el funcionamiento de las universidades autónomas.
Un informe reciente del Observatorio de Derechos Humanos de la Universidad de los Andes, intitulado El sistema paralelo universitario en Venezuela retrata la funesta situación universitaria venezolana con la aparición de las misiones “paralelas” Sucre y Alma Mater. De 61 universidades públicas, 52 están controladas por el gobierno y en los últimos 20 años se han creado al menos 38 instituciones universitarias, caracterizadas por nombramientos de autoridades sin credenciales académicas, contratación del personal sin tomar en cuenta las mínimas exigencias para la actividad docente e investigación ni apropiadas garantías laborales. En estas universidades la vinculación con el partido oficialista sobrepasa cualquier intento decente por mejorar la actividad universitaria; cuando la tendencia más saludable para una fructífera interrelación entre la sociedad y las universidades es que éstas se fortalezcan con autonomía.
Entre los años 2004 y 2017 las universidades no controladas por el gobierno recibieron 68 millones de dólares para el soporte de la docencia y la investigación en contraste con casi 400 millones de dólares que se invirtieron en el sistema paralelo y gastados prácticamente en actividades proselitista del gobierno sin ninguna supervisión conocida. Con el empeoramiento de la crisis económica en los últimos tres años, el resultado no tiene ninguna justificación razonable. La ejecución de una politización e ideologización de una doctrina ortodoxa alejada a la «comunidad de intereses espirituales que reúne a profesores y estudiantes en la tarea de buscar la verdad y afianzar los valores trascendentales del hombre», es lo que ha conllevado a la actual ineptitud y mediocridad del sistema universitario. Pero siempre, el ahora nunca es tarde.
Posdata: En el transcurrir de la preparación de este artículo, ha sido públicada una sentencia de la sala electoral del Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela, que constituye, quizás, la más vil intención de ahogar la autonomía universitaria. Dicha decisión usurpa atribuciones garantizadas por la constitución y muestra las intenciones autoritarias que el régimen tiene para las universidades autónomas venezolanas. No queda más salida que denunciarla y defender la esencia y ser de nuestras almas mater.
REFERENCIAS
- Investigación y Docencia en las Universidades. (1990). Carlos Augusto Di Prisco y Erika Wagner, compiladores. Caracas, Venezuela: Interciencia. Fondo Editorial Acta Científica Venezolana.
- Hernández, J., Pericay, X., Delgado, A. (2013). La Universidad Cercada. Testimonios de un naufragio. Colección Argumentos. Barcelona, España: Anagrama.
- El Sistema Paralelo Universitario en Venezuela 2003-2019. Observatorio Universitario de Derechos Humanos. Universidad de los Andes, Venezuela.
Adel Khoudeir es Profesor Titular de la Facultad de Ciencias y del Postgrado de Física Fundamental de la Universidad de los Andes, Mérida, Venezuela; Lic. en Física ( Universidad de los Andes, Mérida, Venezuela); Doctor en Física (Universidad Simón Bolívar, Caracas, Venezuela).
Me gusto tu artículo Adel.
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