Francesco Sauro
México, estado de Chihuahua. En el pueblo de Naica, entre montañas desoladas y desiertos que se extienden hasta donde alcanza la vista, se abre la mina subterránea más grande de América Central. En su interior se descubrió accidentalmente una cueva increíble que oculta el secreto de los cristales más grandes conocidos en la tierra. La visión de estos prismas colosales va más allá de la imaginación y muestra que la exploración del inframundo acaba de comenzar.
Después de más de un siglo de actividad, la mina Naica decidió cerrar sus puertas. Las excavaciones en la rampa San Francisco habían llegado a más de mil metros de profundidad persiguiendo una de las más ricas vetas de plata conocidos en el mundo. Pero ahora ni siquiera el equipo de bombeo más sofisticado era capaz de sacar los millones de metros cúbicos de agua que inundaban los túneles subterráneos. Peñoles, la empresa mexicana que administró esta joya de la ingeniería minera, decidió en octubre de 2015 apagar toda la maquinaria, lo que permitió que las aguas recuperan la posesión de ese oscuro laberinto. Para siempre.
El centro minero de Naica está ahora destinado a convertirse en uno de los muchos pueblos fantasma de los desiertos mexicanos. Sin embargo, este lugar representaba un verdadero punto de inflexión en el conocimiento del inframundo.
El primer descubrimiento importante ya había ocurrido en 1910 cuando algunos mineros habían abierto una brecha que condujo a una caverna subterránea plagada de cristales de yeso, sulfato de calcio, que como cuchillas alcanzaban hasta dos metros de longitud de corte.
Pero nadie, ni siquiera el geólogo más visionario, imaginó lo que se descubriría a principios de la década de 2000, mientras las excavaciones continuaban en el Nivel 4 de la mina. Dos mineros, los hermanos Delgado, después de volar otra mina más, habían cortado un diafragma de roca que daba acceso a una gran catedral natural. Cuando entraron, permanecieron incrédulos al ver gigantescos cristales transparentes. Algunos alcanzaron más de 12 metros de longitud. La noticia del descubrimiento dio la vuelta al mundo. Pero explorar la «Cueva de los Cristales» era imposible, dada la temperatura de casi 50 ° C y una humedad cercana al 100%. Solo fue posible observar rápidamente esa maravilla: quedarse ahí durante unos minutos podría representar la muerte.
En 2007, cuando todavía era estudiante de geología en la Universidad de Padua, tuve la buena fortuna de formar parte de la Asociación de Exploraciones Geográficas La Venta. En ese mismo año, los espeleólogos y técnicos de la famosa organización italiana desarrollaron trajes especiales refrigerados y con sistema de respiración artificial para explorar la Cueva de Los Cristales. Gracias a no sé qué privilegio del destino, me encontré cruzando el umbral de esa cueva teniendo poco más de veinte años. Con traje y respirador pudimos empujarnos dentro de la catedral subterránea durante un centenar de metros hasta donde una estrecha ventana entre los cristales nos había impedido ir más allá. En ese punto, todas las paredes brillaban como espejos y la atmósfera era tan maravillosamente irreal que dio lugar a la duda de vivir una alucinación.
Aún así, después de casi diez años, el recuerdo de la Cueva de los Cristales permanece suspendido entre el sueño y la realidad. Aunque podía ver esos inmensos cristales con mis propios ojos, la parte de mi cerebro racional permanecía incrédula ante tal perfección. Sin embargo, ese lugar es solo una ventana a quién sabe cuántos otros mundos de cristal que permanecerán para siempre desconocidos para nosotros, ocultos por el manto de su oscuridad. Todavía no hay herramientas geofísicas que puedan decirnos con certeza y precisión dónde hay otras cuevas como esta. La única herramienta para soñarlos es nuestra imaginación.
Así que traten de imaginar por un momento que cientos de metros por debajo de sus pies se desarrollan inmensas cuevas donde las aguas minerales calientes, como un líquido amniótico geológico, han dado forma a las estructuras minerales más extrañas. Genial y brillante. Así es como Julio Verne había fantaseado con su «Viaje al centro de la Tierra».
Verne en sus novelas nos ha enseñado que lo desconocido nos permite viajar con la mente e imaginar cosas que creemos que no pueden existir y en su lugar simplemente se pierden en el olvido de una tierra desconocida. El descubrimiento de la Cueva de Los Cristales nos ha enseñado que a veces la realidad supera la fantasía.
——
La versión original de este artículo está en italiano aquí.
Traducción: Félix Moronta.
En El (micro) mundo perdido pueden conocer otra expedición de Francesco Sauro.
Francesco Sauro es geólogo y espeleólogo de la Universidad de Boloña. En más de 30 expediciones, exploró cuevas y cañones de todo el mundo, llevando equipos multidisciplinarios de investigadores a algunos de los rincones más remotos del planeta. Fue galardonado con el Premio Rolex por el descubrimiento de antiguas cuevas en los tepuyes de Venezuela y ha sido considerado por la revista Time como uno de los 10 Next Generation Leaders en 2016. Es también consultor de la Agencia Espacial Europea para la formación de astronautas para futuras misiones de exploración planetaria.
0 comentarios