Los novatores como precursores de la filosofía natural española dieciochesca
José Álvarez-Cornett
El ensayo Los novatores como precursores de la filosofía natural española dieciochesca, que forma parte de los antecedentes de La Física en España en el siglo XVIII, está dividido en cuatro partes: (1) Hacia el tiempo de los novatores; (2) Los novatores humanistas y médicos; (3) Las tertulias valencianas y los novatores fisicomatemáticos; y (4) Los precursores de los novatores. Cada semana publicaremos una parte, esta semana comenzamos con la primera: Hacia el tiempo de los novatores.
Y pues hay tantos Novatores en España, estamos todos en possession de darle las gracias al Padre Palanco, por el bien fundado y discurrido título que nos ha dado.
Diego Mateo Zapata (1716)
Prenota
En la América hispana no es común que los aportes realizados a la ciencia y la técnica desde la península ibérica durante los siglos XVI, XVII y XVIII se enseñen en las aulas. Ese es el periodo en el cual los hispanoamericanos pertenecimos al Imperio español. Debido a esta falta de conocimiento histórico, implícitamente, aceptamos la popular imagen de España como un país retrógrado y ajeno al cultivo de la ciencia y la técnica y, sin estar conscientes de ello, nuestros estudiantes adoptan la visión anglo-franco-holandesa de que España no contribuyó ni al desarrollo científico de la época moderna ni al advenimiento de la modernidad.
Esta visión pesimista de España forma parte de la llamada «leyenda negra» la cual fue independientemente tejida en el tiempo por diversos representantes de las potencias europeas enemigas del Imperio español. Estas narrativas se basan en algunos hechos que ocurrieron pero que luego fueron magnificados y tergiversados; otros fueron meramente inventados y se usaron para crear relatos no objetivos y tendenciosos sobre «España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos…enemiga del progreso y de las innovaciones» (La leyenda negra, Julián Juderías).
Estas deformaciones sobre la historia de la ciencia y la cultura española vienen circulando desde el siglo XVI a raíz de la Reforma. Sin embargo, la etiqueta «leyenda negra» fue acuñada en 1913 por el historiador español Julián Juderías quien en ese año sometió a un concurso literario un ensayo ganador con el nombre «La leyenda negra y la verdad histórica». Luego lo expandió en un libro con el mismo nombre y lo publicó en 1914.
Hoy en día, sabemos que España (y también Portugal) realizó aportes importantes a la ciencia y a la construcción de la modernidad, que la categoría historiográfica Revolución Científica no recoge debido a los presupuestos historiográficos utilizados que dan primacía a la matematización y mecanización del cosmos. Con esto último me refiero a los aportes a la ciencia de grandes personalidades como Bacon, Kepler, Boyle, Newton etc; «la “revolución copernicana”, la superación de la física de Aristóteles y la cosmología geocéntrica, y la consecuente fundación de la física moderna» (véase, por ejemplo, Ciencia, imperio, modernidad y eurocentrismo: el mundo atlántico del siglo XVI y la comprensión del Nuevo Mundo y La “Atlantización” de la ciencia ibérica: el mundo Atlántico visto desde la historia de la temprana ciencia moderna).
En nuestro artículo, La física en el siglo XVIII español. El contexto histórico, nos referimos a este enfoque de la historia de la ciencia como la Gran Tradición que excluye a las ciencias a las cuales tanto España como Portugal contribuyeron: la historia natural, botánica, cartografía, geografía, navegación y farmacología, entre otras disciplinas.
Siendo los hispanoamericanos herederos culturales del Imperio español, inconscientemente, trasladamos esta visión negativa sobre España hacia nuestras propias sociedades. Esto alimenta nuestra angustia ontológica, filosofía de la subestimación y duda existencial generando un complejo de inferioridad en cuanto a nuestra capacidad para hacer ciencia y tecnología. A pesar de que la historia de la ciencia y la técnica muestra que hemos sido, y somos, capaces de hacer muy buena ciencia y tecnología de punta.
Entre los objetivos de esta serie de artículos sobre la física en la España moderna está comunicar la ciencia por medio de su historia para, además de ilustrar, ayudar a comprendernos mejor y disipar la angustia ontológica hispanoamericana.
En la narrativa que sigue mencionaremos la palabra «ciencia» aplicada a los siglos XVI y XVII, citando a Víctor Navarro Brotóns:
…el concepto o imagen actual de la ciencia y de sus objetivos es muy diferente al de los siglos XVI y XVII, donde más que de ciencia habría que hablar de un conjunto de diferentes saberes y prácticas, con ritmos de desarrollo y cambio muy diversos, de modo que hasta el siglo XIX no podemos hablar de ciencia tal y como ahora la entendemos. Estas consideraciones tienen el mérito de alertarnos contra cualquier concepción esencialista de la ciencia que la considere como inmutable en sus rasgos básicos (métodos, objetivos, relaciones con la cultura y el contexto histórico-social, etc) e identificable sin ambigüedad en cada periodo histórico, así como divisible en diferentes ciencias que, en cuanto categorías de actividad intelectual, habrían permanecido siendo las mismas.
Primera parte: Hacia el tiempo de los novatores
El crítico literario gaditano Antonio Alcalá Galiano al evaluar la cultura española del siglo XVII desde la atalaya del siglo XIX, en el año 1845, dijo:
La tranquilidad que se consigue con el establecimiento de una sola fe, de una sola doctrina, perjudica al desarrollo del entendimiento humano. […] No era, cuando [la Inquisición] quemaba en nombre del cielo a los herejes, cuando hacía más daño, no. Cuando más dañaba, era cuando tenía perfectamente sujetos los pensamientos de los españoles, de suerte que el entendimiento humano en España a mediados del siglo XVII estaba como bajo nivel, como una llanura […].
España participó escasamente en los avances de la ciencia europea del siglo XVII. Sin embargo, en las primeras décadas del siglo XVII todavía arrastraba el impulso de las actividades científicas y técnicas del siglo anterior y pudo hacer contribuciones importantes en algunos saberes como el arte de navegar, el procesamiento de minerales, la ingeniería militar y la medicina.
Como ejemplo de esto tenemos la publicación en 1606 de dos libros del cosmógrafo Andrés García de Céspedes (f. Madrid, 1611): Libro de instrumentos nuevos de geometría muy necesarios para medir distancias y alturas y Regimiento de navegación el cual es un tratado de cosmografía aplicado a la navegación y no un manual sobre el arte de navegar.
Para el historiador Víctor Navarro Brotóns, García de Cépedes en España y Thomas Harriot en Inglaterra fueron los primeros autores de tablas de longitud solar basadas en nuevas observaciones y en el cálculo de la órbita solar, independientemente de Tycho Brahe y orientadas a la astronomía náutica.
El frontispicio de Regimiento de navegación también sirvió de inspiración a Francis Bacon para diseñar el frontispicio de su obra Instauration magna (1620). Esto puede parecernos sorprendente, pero aquellos eran tiempos en los cuales los ingleses todavía leían con avidez los textos científicos y técnicos españoles.
Otra obra importante, traducida al inglés, francés, italiano y alemán es El arte de los metales (1640) del metalúrgico español, afincado en el Virreinato del Perú, Álvaro Alonso Barba.
Sin embargo, con el correr del siglo XVII, un manto de decadencia cubrió a España por varias décadas. Un complejo tramado de factores políticos, sociales, económicos, demográficos e ideológicos produjo la decadencia en España e hizo que se alejara culturalmente del resto de Europa. La leyenda negra nos presenta a una sociedad española inmersa en el fanatismo religioso y sin nada positivo que mostrar. Pero, como bien lo afirma el historiador de la ciencia Víctor Navarro Brotóns, esta decadencia no debe entenderse como ausencia de actividad científica digna de ser considerada y estudiada.
La verdad es que las fronteras de España nunca se cerraron, por lo que el aislamiento de España del resto de Europa nunca fue total. Por una parte, estaban las órdenes religiosas como los jesuitas que tenían tejida una vasta red internacional de comunicaciones científicas y culturales. Por otra parte, recordemos que en el siglo XVII el Imperio español tenía bajo su control varios territorios europeos en lo que hoy llamamos Bélgica, Países Bajos, el antiguo Franco condado y partes de Italia. Luego, con la firma del Tratado de Utrecht (1713), España perdió gran parte de esos territorios y los funcionarios que ejercían por España el control de esas posesiones de la corona española regresaron a la corte con conocimientos de los desarrollos europeos en ciencia y técnica para prestar servicios en otros territorios de la corona española.
Según el historiador británico Henry Kamen:
En tiempos de los Austrias, los ejércitos de España recorrían Europa de arriba abajo, sus barcos cruzaban el Atlántico y el Mediterráneo, y su lengua se hablaba desde Centroeuropa hasta las Filipinas. Decenas de miles de españoles salían al extranjero cada año, sobre todo para servir en las fuerzas armadas. Un estudioso nos recuerda que «la España de comienzos de la Edad Moderna era una sociedad sumamente móvil, y su población estaba en constante movimiento».
El comienzo del cierre de España al mundo europeo se origina entre 1557 y 1558 cuando en las ciudades de Sevilla (120 personas) y Valladolid (55 personas) se descubrieron grupos de nobles, monjas y curas seguidores de la fe protestante, lo que dio comienzo al cierre relativo de España al mundo europeo. Este germen del protestantismo en España fue considerado como una amenaza al Estado y a la religión católica y llevó a la regente Juana (la hermana del rey Felipe II quien estaba encargada del poder ya que el rey para ese momento estaba en Bruselas) a emitir, el 7 de septiembre de 1558, un decreto, válido solo en Castilla, prohibiendo la importación de libros en español impresos fuera de España y creando un sistema de censura para la publicación de libros.
Posteriormente, cuando el rey Felipe II regresó a España firmó y emitió una ley, el 22 de noviembre de 1559, conocida en la historia como la pragmática de 1559, la cual durante más de un siglo prohibió que los españoles fueran a estudiar en universidades extranjeras. Aunque se sabe que esta prohibición fue difícil hacerla cumplir y realmente no se acató completamente, siempre hubo españoles estudiando en el resto de Europa y, por otra parte, la prohibición de libros no impidió que estos entraran a Castilla desde los otros reinos (Aragón, Cataluña, Valencia y Navarra).
Por esta acción de prohibición y censura no se debe pensar que el rey Felipe II era opuesto a la ciencia. Recordemos que según la leyenda negra se ha dicho que Felipe II era un rey supersticioso y un tirano ignorante. Al contrario, el rey Felipe II fue un mecenas de las artes y las ciencias y estaba abierto a la innovación en las ciencias experimentales. Durante su reinado se cultivaron la astronomía, las matemáticas, la navegación, cosmografía, medicina y botánica. En su palacio El Escorial había un laboratorio para destilar ‘aguas medicinales’ y también estaba la Oficina de destilación de aguas y aceites del Real Sitio de Aranjuez.
En 1570, el rey Felipe II comisionó al médico Francisco Hernández como Protomédico general de todas las Indias, islas y tierra firme del Mar Océano, para dirigir una expedición científica a Nueva España, entre 1571 y 1577. Entre otros estudios, esta expedición identificó y recolectó más de 3.000 plantas todas nuevas para el conocimiento científico europeo; como comparación de la magnitud de lo descubierto para la ciencia botánica, para la época solo se conocían las 350 plantas que el botánico y filósofo griego Teofrasto (c. 371 – c. 287 a. de C.), nativo de Eresos, Lesbos, había inventariado; otras 500 por el médico y botánico griego Dioscórides (c. 40 – c.90) y 600 por los botánicos islámicos.
Cuando a Galileo Galilei, en 1611, en la Academia de Lincei, le mostraron 500 dibujos de las nuevas plantas de Nueva España quedó estupefacto y en una carta expresó que al ver los dibujos
tuve que afirmar que esto o es una ficción, negando que tales plantas se encontrasen en el mundo, o, si existen, cómo pudieran serlo, es frustrante o superfluo, puesto que ni yo ni ninguno de los presentes conocíamos sus cualidades, virtudes y efectos.
La obra de Francisco Hernández, Historia de las plantas de Nueva España, ejerció una gran influencia en los orígenes de la botánica y la materia médica moderna europea.
En 1582, el rey Felipe II creó la Academia de Matemáticas de Madrid, inicialmente dirigida por el matemático y cosmógrafo portugués de origen judeoconverso Juan Bautista Lavanha. Recordar que en 1580 España se anexó el Reino de Portugal y retuvo el poder hasta 1640, por iniciativa del arquitecto e ingeniero real Juan de Herrera. Felipe II pidió la publicación de la obra Libro del nuevo cometa (Valencia, 1573) del matemático, astrónomo, geógrafo, helenista y hebraísta Jerónimo Muñoz . El libro versa sobre la supernova de 1572 (SN B Cas), una obra que fue posteriormente referenciada y discutida por Tycho Brahe en su trabajo Astronomiae Instauratae Progimnasmata y en donde Muñoz, además de localizar a la supernova en relación a las estrellas de la constelación Casiopea, presenta sus ideas antiaristotélicas sobre la cosmología. Jerónimo Muñoz fue uno de los científicos más importantes de la España del siglo XVI.
Pero retornemos a nuestra historia. Para el siglo XVII las raíces del protestantismo español ya habían sido erradicadas de España y, como consecuencia de las intensas persecuciones, quemas y la censura ejercida por el Santo Oficio durante el siglo XVI después del descubrimiento de los grupos protestantes, en los medios académicos españoles se asentó una atmósfera de sospecha e intolerancia creando un clima de miedo y cautela.
Los tiempos del inicio de la Reforma fueron peligrosos en todas partes en Europa. El filósofo español Juan Luis Vives, nacido en Valencia en 1493 en una familia de judeoconversos, y quien a los 15 años emigró al sur de los Países Bajos desde la ciudad de Brujas el 10 de mayo de 1534, le escribió a su amigo Erasmo de Rotterdam: «Vivimos unos momentos difíciles, en los que no podemos ni hablar ni callar sin riesgo».
En 1533, desde París, Rodrigo Manrique le escribe a Juan Luis Vives:
En efecto, cada vez resulta más evidente que ya nadie podrá cultivar medianamente las buenas letras en España sin que al punto se descubra en él un cúmulo de herejías, de errores, taras judaicas. De tal manera es esto, que se ha impuesto silencio a los doctos, y a aquellos que corrían al llamado de la erudición, se les ha inspirado, como tú dices, un terror enorme.
En 1577, Martínez de Cantalapiedra, profesor de Hebreo en la Universidad de Salamanca escribía: «conviene andar con cuidado y ser prudente».
Un poco más de un siglo después, en 1687, el médico Juan de Cabriada se quejaba diciendo:
Que es lastimosa y aún vergonzosa cosa que, como si fuéramos indios, hayamos de ser los últimos en percibir las noticias y luces públicas que ya están esparcidas por toda Europa. Y asimismo que hombres a quienes tocaba saber todo esto se ofendan con la advertencia y se enconen con el desengaño. ¡Oh, y qué cierto es que intentar apartar el dictamen de una opinión anticuada es de lo más difícil que se pretende en los hombres!
Para el historiador de la ciencia José Tomás Pardo, la Inquisición fue una «maquinaria arbitraria, de funcionamiento imprevisible que, a veces, se trababa o desengranaba, dejando grandes huecos en la red de control». En su estudio concluyó que «identificar censura inquisitorial con índices de libros prohibidos o expurgados era un gran error» y que
después del inicial enfrentamiento con algunos sectores de las primeras generaciones de humanistas, la Inquisición fijó su punto de mira en el control y la represión de capas semi-instruidas (mujeres, jóvenes, no universitarios o tonsurados…) de la sociedad, dejando de lado e incluso buscando –y encontrando– la complicidad de las élites intelectuales.
Según Pardo, para mediados del siglo XVII, la Inquisición ya no se ocupaba de los académicos y hay evidencia de que muchos de ellos colaboraban con la Inquisición y esta, después de 1632, fue mucho menos efectiva:
Las tareas censoras del Santo Oficio se desarrollaron extraordinariamente desde mediados del siglo XVI hasta el primer tercio del siglo XVII, cuando sobrevino una crisis de tal magnitud que nunca más la Inquisición recuperaría la capacidad de trabajo y la eficacia que había conseguido, especialmente durante el medio siglo que fue desde 1583 a 1632.
Hoy en día, sabemos por los trabajos de José Tomás Pardo y Henry Kamen (por ejemplo, Ciencia y censura: la inquisición española y los libros científicos en los siglos XVI y XVII, 1991 y Censura y libertad: El impacto de la Inquisición sobre la cultura española, 1998) que la Inquisición española fue mucho menos efectiva de lo que se piensa a la hora de censurar, perseguir y restringir libertades. Como lo afirma Kamen:
Si hubo un desarrollo negativo en la vida intelectual española, tenemos que buscar las causas bastante más profundamente y no solo ver a la Inquisición como la única razón.
En realidad, no debemos aceptar explicaciones monocausales. Ciertamente, en el siglo XVII hubo en España una decadencia económica, cultural y científica. Esta decadencia ha sido magnificada y aprovechada por los fabricantes de la leyenda negra para presentar a España no solo como atrasada sino como contraria al cultivo de la ciencia y la técnica. Sin embargo, esta etapa ha sido estudiada por muchos autores, para detalles referimos al lector a los textos complementarios sugeridos al final del artículo.
Para Víctor Navarro Brotóns, aparte de control ideológico, en la decadencia científica peso más el haber considerado a la ciencia solo como un factor utilidad para desarrollar aquellas actividades científico-técnicas relacionadas con el control a distancia de la monarquía sobre los territorios conquistados y el mantenimiento del Imperio (navegación, cartografía, astronomía naútica, ingeniería etc.):
Todo ello ha llevado a algunos historiadores a señalar que fue precisamente el carácter excesivamente utilitario y pragmático de la promoción de la actividad científico-técnica, aislada del pensamiento especulativo, y sometido este a un severo control, lo que marcó sus límites y dificultades para desarrollarse creativamente y asimilar las nuevas corrientes de pensamiento.
Entre esos historiadores figura Marcelino Menéndez Pelayo (1856 – 1912):
En este país de idealistas, de místicos, de caballeros andantes, lo que ha florecido siempre con más pujanza no es la ciencia pura (de las exactas y naturales hablo), sino sus aplicaciones prácticas, y en cierto modo utilitarias.
Pelayo cierra sus palabras pidiéndole a los españoles apoyo a «la sublime utilidad de la ciencia inútil». Aunque debemos tener en cuenta que según el historiador de la ciencia inglés James «Jim» Arthur Bennett, antiguo director del Museo de Historia de la Ciencia de la Universidad de Oxford y autor de Practical Geometry and Operative Knowledge (1998), el cultivo de las matemáticas prácticas contribuyó de manera muy destacada a la construcción de la ciencia moderna.
Otro factor importante del declive científico es lo que Navarro Brotóns distingue con el nombre de la traición de la burguesía:
…el que los estratos medios de las ciudades, que constituían uno de los núcleos básicos de la actividad científica, no se convirtieran en una burguesía propiamente dicha y adoptaran, por el contrario, los valores impuestos por la moral contrarreformista.
Pero aún con la censura inquisitorial, las obras prohibidas fueron leídas en España. Encontramos un testimonio de ello en el trabajo, Cartesianismo en España. Notas para su historia (1650-1750) de Ramón Ceñal Lorente quien reporta un intercambio epistolar, entre 1682 y 1684, ocurrido entre el padre jesuita francés Jean François Petrei, profesor de matemáticas y director del Colegio Imperial de Madrid y el profesor de matemáticas y lenguas sagradas (griego y hebreo) en la Universidad de Salamanca y cronista benedictino José Pérez de Rozas del cual solo sobreviven las cartas de José Pérez.
En una carta de 1682, José Pérez se queja con Petrei de no poder observar las manchas solares. En otra carta de 1683, citada del castellano del siglo XVII, escribe:
He hallado un libro que tiene raras novedades en Geometría. Su autor es Thomas Hobbes inglés, Philosopho no vulgar [es decir, no escolástico] y mathematico insigne. Trae algunas demostraciones brevísimas de la quadratura del círculo, duplación del cubo, trisección del ángulo (…) Holgárame saber que siente V. Rma. [Vuestra Reverendísima] si acaso ha visto este author, o si dicen algo las Ephemerides desto, pues el author es noble, y las mat [erias] digníssimas de la nota de varones eruditos. Si acaso V. Rma. no huviere hallado por allá noticia (que las obras deste author son raras, y acá en España prohibidas, y yo las uso por especial indulto el Sr. Inqor GI [Inquisidor General]), si pues, como digo, V. Rma. no huviere visto tal author, o sus demostraciones, aprobadas o reprobadas en otro, se las comunicaré poco a poco, para que me diga su sentir, que es de mucha monta para mí (…).
Suponemos que Petrei le respondió que no conocía las obras de Hobbes porque al año siguiente, en marzo, Pérez envió a Petrei el libro de láminas de Hobbes y en agosto el libro de Thomas Hobbes) De corpore (1655): «V. Rma. le vea y lea muy a su gusto, que juzgo le ha de parecer muy bien, que si yo no me engaño es obra no vulgar y de singular estimación».
En la carta fechada 26 de marzo de 1684, José Pérez se queja diciendo (castellano original):
Muy mala obra nos hazen estas guerras con Francia, pues nos impiden el paso a los libros que de allá podíamos participar. Si V. Rma. sabe por las Ephemerides de alguna obra muy singularmente nueva dada al público, de Philosophia, o mathematicas, estimaré se sirva participarme la noticia, por ver si ay camino por donde pueda conducirse acá.
Como se puede ver, en el siglo XVII las trabas inquisitoriales fueron un obstáculo superable para quienes tenían ansias de un mayor saber. Junto con los escolásticos había cultivadores de la nueva ciencia que no eran personas de estrechos criterios y buscaban con avidez obtener el conocimiento desarrollado en el norte de Europa.
Este siglo XVII fue también la época que produjo hermosas obras como las pinturas Muchacha con flores del pintor sevillano Bartolomé Esteban Murillo y Alegoría del oído, un óleo del pintor valenciano Miguel March — por supuesto, esta fue también la era del gran pintor Diego Velázquez; recordar su obra Las Meninas.
Durante el reinado de Carlos II (1665 – 1700), España vio nacer al periodismo español (Gazeta, Noticias regulares de asuntos del norte, Gazeta ordinaria de Madrid, Relaciones y, entre otros, Noticias singulares) y la formación de salones o tertulias literarias — la palabra literatura y su derivada literaria durante esta época abarcaba todo: ciencia, filosofía, artes, letras; y algunas de estas tertulias derivaron en academias científicas— y el surgimiento de un movimiento de renovación científica que los historiadores de la ciencia española han denominado El tiempo de los novatores (1680-1725). Este movimiento renovador también tuvo sus precursores, en las décadas medias del siglo XVII, en varios cultivadores de la filosofía natural (o sea, de lo que hoy llamamos ciencia) y entre estos precursores de los novatores hasta hubo uno quien llegó a ser alabado por el mismo Isaac Newton .
Sobre el nombre novatores
Todos los movimientos de reforma generan polémicas. El nombre novatores se escuchó por primera vez en una de esas polémicas cuando el escolástico fray Francisco Palanco, de la Orden de los Mínimos, opuesto al movimiento renovador español en la filosofía natural, en especial, a las ideas de René Descartes, del físico francés Emmanuel Maignan y del atomismo de Pierre Gassendi, escribió su Dialogus physico-theologicus contra philosophiae novatores, 1714 (Diálogo físico-teológico contra los innovadores en filosofía) en donde usa la palabra novatores con connotación peyorativa.
Posteriormente, en una Censura de Diego Mateo Zapata, el médico sevillano acepta con orgullo la etiqueta de novatores para el movimiento de renovación en la filosofía natural española que le fue estampado por su opositor fray Palanco. Esta censura fue incluída en los paratextos que preceden la obra Diálogos philosóficos en defensa del atomismo (1716) del filósofo fray Juan Jacinto de Nájera, miembro de la Orden de los Mínimos, la cual fue escrita en castellano como una respuesta de Nájera a la obra en latín de fray Palanco.
Para Henry Kamen, el fomento del espíritu crítico y la renovación en las ciencias que se alcanzan durante el reinado de Carlos II es debido a varios factores:
en primer lugar, el cambio de dirección iniciado en todos los aspectos de la política públicas por el régimen de don Juan de Austria; en segundo lugar, la formación de salones o tertulias de discusión bajo patrocinio distinguido y la evolución de estos salones hacia sociedades científicas formales; por fin y lo más importante, los lazos intelectuales y culturales con Italia.
Don Juan José de Austria fue un importante político y militar, interesado en todos los aspectos de la ciencia moderna, hijo extramatrimonial del rey Felipe IV con la actriz María Calderón, quien, entre otros cargos, llegó a ejercer como virrey de Aragón y primer ministro de España 1677 – 1679. Según Kamen fue el gobernante mejor dotado de España en el siglo XVII y contribuyó a la introducción de los saberes científicos y fomentó el periodismo. Tuvo como preceptor al matemático jesuita Jean Charles de La Faille.
Para Kamen:
La libertad de discusión alentada por el breve y turbulento período [1777 – 1779] del paso por el poder de Don Juan, puso en movimiento al país de una forma como no se había producido desde los días de Carlos V [cuyo reinado fue de 1516 a 1556].
Esta libertad de discusión alentada por Don Juan, pienso, puede ser considerada como un ejemplo desde el siglo decimoséptimo para nosotros los hispanoamericanos ya que resalta una realidad conocida por todos: que la ciencia necesita de la libertad de pensamiento para florecer y progresar. La lucha de los novatores por establecer la ciencia en España también se asemeja un poco a las luchas de los científicos latinoamericanos por crear espacios para el avance de la ciencia.
Para saber más
Sobre la ciencia en tiempos de Felipe II, véase:
Goodman,D. (1990). Poder y penuria. Gobierno, tecnología y ciencia en la España de Felipe II, Madrid, España: Alianza Editorial. ISBN: 9788420626369.
Sobre la Inquisición:
- Kamen, H. (2014). The Spanish Inquisition: A Historical Revision. Cuarta edición, New Haven, USA: Yale University Press.
- Ver también una traducción al castellano del Capítulo 6 de este libro: Impacto sobre la literatura y la ciencia.
- Pardo-Tomás, José. (2003). Censura inquisitorial y lectura de libros científicos: una propuesta de replanteamiento. Revista electrónica de Historia Moderna 4(9), ISSN: 1699-7778.
Sobre la ‘decadencia’ de España, o más específicamente, del Reino de Castilla, en el siglo XVII ver:
- Domínguez Ortíz, A. (1985). La Corona de Castilla a finales del siglo XVII. Manuscrits: Revista d’història moderna 2, 9-30, ISSN: 0213-2397
- Elliott, J. H. (1861). The decline of Spain.Past and Present 20(1), 52-75.
- Kamen, H.(1978). The decline of Spain: a historical myth? Past and Present 81, 24-50. (Enlace original aquí).
- Kamen, H. (1981). La España de Carlos II. Barcelona, España: Editorial Crítica.
Para una reseña extensa de este libro, véase:
Guillamón Álvarez, F. J. (1984). Aproximación al reinado de Carlos II de España. Un nuevo libro de Kamen, Anales de la Universidad de Murcia. Letras 42(3-4), ISSN: 0463-9863.
Sobre el movimiento de los novatores:
- Mestre, A. (1996). Los novatores como etapa histórica. Studia Historica: Historia Moderna 14, Valencia, España: Ediciones Universidad de Salamanca.
- Mestre, A.(1996). Crítica y apología en la historiografía de los novatores. Studia Historica: Historia Moderna 14, Valencia, España: Ediciones Universidad de Salamanca.
- Pérez Magallón, J. (2002). Construyendo la modernidad: la cultura española en el tiempo de Los Novatores [1675-1725]. Vol. 54. Madrid, España: Editorial CSIC-CSIC Press.
- Bennett, Jim A. (1998). Practical geometry and operative knowledge. Configurations 6(2), 195-222.
Sobre la leyenda negra:
Juderías, J. (1986). La leyenda negra. Madrid, España: Edición Editorial Swan, S.L. Avantos & Hakeldama.
José Álvarez-Cornett es Licenciado en Física (Universidad Central de Venezuela (UCV), 1981) con posgrados en Geociencias (Universidad de California, Berkeley) y Negocios (MBA, University of Southern California, 2000). Es geofísico petrolero, especializado en planificación estratégica y negocios Asia-Pacífico, estudió mandarín y cultura china en el Beijing Language and Cultural University (1992-1995). Ensayista, especialista en curaduría de contenidos – web information advisory – y estrategias de infoatención, profesor universitario (UCV) de historia de la ciencia y la tecnología, colaborador invitado en el Laboratorio de Historia de la Ciencia y la Tecnología del Centro de Estudios de la Ciencia del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) e investigador principal del Proyecto VES. Además de la historia de la ciencia y la tecnología, está interesado en la cultura y culinaria asiática, el desarrollo sostenible, la prospectiva tecnológica y los futuros personales. Está en Twitter: @Chegoyo
AGRADECIMIENTOS
La Fundación Persea agradece la infinita generosidad de sus patrocinadores: Carlos Ortega Sr., Sobella Mejías, Héctor Pittman Villarreal, My fit body project y Vicente Di Clemente (Estrella Gigante Roja en Patreon) .
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