Los novatores como precursores de la filosofía natural española dieciochesca
José Álvarez-Cornett
El ensayo Los novatores como precursores de la filosofía natural española dieciochesca, que forma parte de los antecedentes de La Física en España en el siglo XVIII, está dividido en cuatro partes: (1) Hacia el tiempo de los novatores; (2) Los novatores humanistas y médicos; (3) Las tertulias valencianas y los novatores físico-matemáticos y (4) Los precursores de los novatores. Cada semana publicaremos una parte, esta semana publicamos la segunda parte: Los novatores humanistas y médicos.
Es regla asentada y máxima cierta en toda medicina, que ninguna cosa se ha de admitir por verdad en ella, ni en el conocimiento de las cosas naturales, si no es aquello que ha mostrado ser cierto en la experiencia, mediante los sentidos exteriores. Asimismo es cierto, que el médico ha de estar instruido en tres géneros de observaciones y experimentos, como son: anatómicos, prácticos y químicos.
Carta filosófica médico-chymica (1697) Juan de Cabriada (1665–1714)
El tiempo de los novatores
En la primera parte, Hacia el tiempo de los novatores, vimos cómo con el calificativo de novatores se pretendió descalificar a quienes en España proponían la renovación de la medicina y la filosofía natural. Pero, ¿quiénes fueron estas personas que renovaron las humanidades, la medicina y las ciencias físico-matemáticas en la España de fines del siglo XVII y principios del XVIII? En la segunda parte de Los novatores como precursores de la filosofía natural dieciochesca, revisaremos los casos de varios representantes de los novatores en los campos de las humanidades y medicina, y en la tercera parte estudiaremos a quienes renovaron las ciencias fisico-matemáticas. Pero, primero nos ocuparemos de ver que es lo que ocurría en España en el tiempo de los novatores.
En España, para la primera mitad del Seiscientos, el conocimiento científico era muy similar al que existía en el Renacimiento. Las numerosas universidades – diecinueve en la Corona Castilla y catorce en la Corona de Aragón – habían dejado de ser centros de renovación cultural e intelectual y solo servían para educar a la burocracia estatal.
La universidad española de esa época – según lo señala el historiador británico Henry Kamen – «parecía estar más dirigida a la administración que a las letras» y la disciplina más estudiada era el derecho canónico. Dentro del empobrecido panorama universitario español de esta época las mejores universidades en áreas científicas, sobre todo en botánica, medicina y anatomía, estaban en la Corona de Aragón (universidades de Valencia, Barcelona y Zaragoza). Sin embargo, como lo veremos más adelante, también existían otros centros donde se enseñaba y se hacía ciencia, como en varios de los colegios jesuitas, en especial, el Colegio Imperial de Madrid el cual llegó a ser la más importante institución científica de la España del siglo XVII. Adicionalmente, ante esta decadencia de las universidades, un grupo de reformadores, que hoy en día llamamos los novatores, crearon una cultura científica extraacadémica en la España de fines del Seiscientos.
Dicho esto, y para tener presente el contexto europeo, es bueno recordar lo que escribió el gran historiador de la ciencia italiano Paolo Rossi , en su libro La nascita della scienza moderna (1997) (El nacimiento de la ciencia moderna) al referirse al surgimiento de la ciencia en toda Europa:
A pesar de que casi todos los científicos del siglo XVII estudiaron en una universidad, son pocos los nombres de científicos cuya carrera se desarrolló en su totalidad o en una gran parte en el seno de la universidad. Las universidades no fueron el centro de la investigación científica. La ciencia moderna nació fuera de las universidades, a menudo enfrentada con ellas, y se transformó a lo largo del siglo XVII y todavía más en los dos siglos siguientes, en una actividad social organizada capaz de crear sus propias instituciones.
La sociedad española del siglo XVII ciertamente fue una sociedad que se resistió a la innovación. Es bastante común la creencia de que la renovación científica en España comenzó con la llegada del rey Felipe V y la toma del poder por los Borbones (en 1700) trayendo sus aires afrancesados de reforma o con la aparición del primer volumen de la obra el Teatro crítico universal (1726) del padre benedictino Benito Jerónimo Feijoo – aquí la palabra teatro tiene el sentido de panorámica mundial. Pero esto no fue así. La renovación científica comenzó antes del arribo de los Borbones.
El cambio dinástico de los Austria a los Borbones fue sin duda un acontecimiento político muy importante que representa una discontinuidad en lo político y significó el comienzo de la construcción de un estado centralizado. Pero, en los aspectos científicos y culturales, hubo continuidad entre el final del reinado de los Austrias (Carlos II) y el primer Borbón (Felipe V). Diversos estudios históricos han comprobado la existencia en España de «un despertar intelectual perceptible en los dos últimos decenios del XVII». Henry Kamen llama a este despertar «la primera revolución científica de España» y añade que a pesar de la Inquisición «Lo que sucedió no fue una evolución subrepticia: fue abierta y aireada a los cuatro vientos».
Ciertamente, este espíritu renovador surgió en España con fuerza hacia las dos últimas décadas del siglo XVII cuando, como respuesta a una crisis del barroco español, en ciertos sectores sociales en Aragón, Cataluña y Castilla centrado en las ciudades de Valencia, Zaragoza, Madrid, Barcelona y Sevilla, emergió un movimiento en la ciencia y la cultura española que hoy llamamos el movimiento de los novatores (1675 – 1725).
Los novatores se sitúan entre el barroco y la ilustración española del siglo XVIII. Según el médico e historiador de la ciencia José María López Piñero:
El movimiento de renovación, no se manifestó de modo uniforme en todos los campos científicos. Su configuración estuvo principalmente condicionada por la conjunción de dos factores: el desarrollo que en la España de la época tenía el cultivo de las diferentes disciplinas y el tipo de resistencia que la sociedad opuso en cada una de ellas. Conviene advertir que no se limitó a las llamadas ciencias de la naturaleza y sus aplicaciones, sino que en otras áreas del saber aparecieron también durante los años finales del siglo XVII corrientes innovadoras semejantes [el autor se refiere a las ciencias humanas como la historiografía, jurisprudencia y la economía política].
En otras palabras, el movimiento de renovación encontró menos resistencia en medicina y química que en matemáticas y física; hay que recordar que la teoría del heliocentrismo estaba prohibida por la Inquisición. Existieron entonces novatores humanistas y novatores científicos, pero fueron estos últimos los principales impulsores de la creación de las Academias: La Real Academia Española cuyo proyecto fundacional incluía la creación simultánea de una Real Academia de Ciencias, que no se llegó a dar hasta el siglo XIX (1834), y la primera academia científica de España: la Regia Sociedad de Medicina y demás Ciencias de Sevilla fundada en 1700.
Los novatores humanistas
Entre los actores principales de este movimiento novator en las áreas que hoy llamaríamos ciencias humanas está el humanista, diplomático y militar Francisco Gutiérrez de los Ríos, III conde de Fernán Núñez (1644 – 1721) con su obra El Hombre Práctico o Discursos sobre su Conocimiento y Enseñanza (1686; existe un manuscrito fechado en 1680), quien aunque no fue un científico exalta «la suma utilidad que en todo el curso de la vida se sigue de los conocimientos mathemáticos» y considera que el conocimiento matemático nos aleja del mundo de la quimera y nos aproxima más a la realidad.
Este libro, como lo explica, François López, en Los novatores en la Europa de los sabios (1996):
…puede ser considerado como el más antiguo texto español donde se plasma el conjunto de opiniones y representaciones que habrá de difundirse a lo largo del siglo XVIII entre las élites de las ciencias, la filosofía y las letras, constituyendo lo que llamaba José Antonio Maravall una «estructura de pensamiento»….no hay obra española alguna en que el afán clasicista en literatura, la depuración del lenguaje y, por otra parte, (…) la adhesión a la filosofía y la ciencia modernas, se expresen tan nítidamente como en este libro casi totalmente olvidado durante dos siglos. No faltan en él ni la condena sin ambages del escolasticismo, ni la esperada mención de Descartes, ni los elogios prodigados a los que, rechazando la filosofía aristotélica, «consistiendo más en palabras y distinciones quiméricas que en cosas physicas y reales», se dedican al verdadero conocimiento de la naturaleza y cuanto la compone, ateniéndose a los criterios del más docto científico de Europa, «como yo juzgo serlo el admirable Gassendo».
Este texto fue redescubierto en 1967 por el hispanista estadounidense Russell Sebold quien afirmó que El Hombre Práctico es «el cuerpo de opinión más moderno, bien informado y cosmopolita escrito en español antes de la aparición en 1726 del Teatro Crítico de Feijoo» y el padre benedictino Benito Jerónimo Feijoo fue el primero en popularizar las ideas de Isaac Newton en España con su Teatro crítico universal y las Cartas eruditas y curiosas.
Entre los novatores en las ciencias humanas también se encuentra el sevillano historiógrafo y bibliógrafo Nicolás Antonio autor de la monumental Bibliotheca Hispana Nova (1672) donde recoge la información de todos los autores que escribieron en España entre 1500 y 1670, allí se puede ver – según nos lo recuerda Henry Kamen – que de los cerca de diez mil autores catalogados «menos de 400 habían escrito sobre matemáticas y ciencias y menos de 500 sobre medicina y ciencias médicas, en cambio más de 500 habían escrito solamente de mariología». Luego, añade Kamen, «El interés predominante por las materias religiosas durante la gran edad de oro literaria de España está fuera de toda discusión».
Otros novatores humanistas son el helenista y hombre de letras castellonense Manuel Martí, deán de Alicante y el marqués de Santa Cruz de Marcenado con su proyecto de un Diccionario universal y sus obras Reflexiones militares (1724-1727) y Rapsodia económico-política-monárquica (para detalles sobre este marqués ver François López, en Los novatores en la Europa de los sabios).
Ahora bien, la mayoría de los novatores se encuentran en el área de la medicina, la filosofía experimental (lo que hoy llamamos física) y las matemáticas. Pero antes de exponer sobre quienes fueron estos novatores quisiera presentarles el peculiar caso de un escolástico con gusto por lo extraordinario y lo novedoso quien, por supuesto, no era un novator; pero, no obstante, es una muestra de que para esta época incluso dentro del escolasticismo español había gente pensando de forma diferente.
El ente dilucidado: Si el hombre puede artificiosamente volar
Se trata del fraile capuchino y filósofo escolástico Antonio Arias Porres, mejor conocido como Fray Antonio de Fuentelapeña, quien en su obra El ente dilucidado (1676) discurrió sobre la racionalidad de los animales y, en la Sección IV, Duda VI, titulada, Si el hombre puede artificiosamente volar, se imaginaba cómo podía hacer el hombre para elevarse; ya que si los sólidos pueden navegar en medios líquidos, pensaba Fray Antonio de Fuentelapeña, mediante un impulso los sólidos también pueden vencer su cualidad de graves y elevarse al cielo. Aclaramos que según la filosofía aristotélica y escolástica los graves son cuerpos que se dirigen hacia el centro por un principio de actividad propia, el concepto de peso, es decir, la fuerza gravitacional sobre un cuerpo, no existía dentro del marco filosófico escolástico.
Fray Antonio de Fuentelapeña, afirmaba:
Y que no repugne por el exceso, que con el aire tiene en lo grave, se prueba: pues como tenemos supuesto, y probado, los cuerpos sólidos pueden navegar en los líquidos, si con el impulso, y agitación suplieren, y vencieren el exceso de lo grave: luego no repugna al hombre por la parte de ser grave el sustentarse, y volar por el aire.
Y más adelante añadía:
Y que no le repugne por razón de las alas, se prueba, porque las que le negó la naturaleza, se las puede dar el arte, haciéndolas en la cantidad proporcionada al peso, de lienzo, y de barba de ballena, o de otra cosa ligera: pues los remos con que se navega el elemento del agua alas son artificiales, que imitando las de los peces, suplen la naturaleza; y así de la misma suerte, imitando las alas de las aves, podrá el hombre imitar a los pájaros en el vuelo.
Los novatores en medicina: un clamor por la libertad en el filosofar y medicinar
El inglés William Harvey fue el primer médico en describir completamente el sistema de circulación de la sangre y estableció los fundamentos de la nueva fisiología. En 1628 publicó sus investigaciones en el libro De Motu Cordis et Sanguinis.
En España durante la mayor parte del siglo XVII la medicina se practicaba siguiendo las teorías médicas del médico griego Galeno de Pérgamo (129 – c. 201/21). Según el historiador de la ciencia José Ma. López Piñero, hacia las últimas décadas del siglo XVII había tres clases de médicos: los galenistas moderados, los galenistas intransigentes y los novatores.
Los galenistas intransigentes eran fieles a la tradición y a las teorías de Galeno. Los galenistas moderado aceptaban la teoría de la circulación de la sangre de Harvey pero no rompían con el dogma galénico sino que lo incorporaban en la nueva teoría de la circulación en la medicina galénica. Entre los galenistas moderados, unos, como Gaspar Bravo de Sobremonte, aceptaba las innovaciones de Harvey pero pensaban que ellas no comprometían la coherencia del sistema galénico y otros, como el médico sevillano Alonso López Cornejo, creían ver que la teoría de la circulación de la sangre ya estaba presente en los trabajos de Hipócrates y Galeno.
Entre estos tres grupos los más interesantes son los médicos novatores quienes denuncian el atraso médico y científico en el que se encontraba España; defienden el nuevo criterio experimental frente a la autoridad de los clásicos; hacen una excelente exposición de la nueva medicina y fisiología; y llaman a la nueva fisiología de Harvey el «nuevo sol de la medicina».
Juan de Cabriada
Entre los novatores médicos más importantes se encuentra el médico Juan de Cabriada cuya obra Carta filosófica médico-chymica que apareció en 1687, el mismo año de la publicación del tratado Philosophiae Naturalis Principia Mathematica (Principios matemáticos de la filosofía natural) de Isaac Newton, está considerada como el manifiesto del movimiento novator.
Nacido en Valencia y educado en las Universidades de Valencia (bachiller en artes, 1675) y Zaragoza (bachiller en medicina, 1681) en la tradición galénica; al parecer, Cabriada tuvo acceso a las corrientes modernas en las tertulias preilustradas madrileñas y con algunos médicos de la corte, ya que desde antes de 1686 ejercía en Madrid como médico del conde de Monterrey.
Ya antes nos habíamos encontrado a Cabriada cuando recordábamos su queja sobre el atraso de España:
…es lastimosa y aun vergonzosa cosa que, como si fuéramos indios, hayamos de ser los últimos en percibir las noticias y luces públicas que ya están esparcidas por toda Europa.
La Carta filosófica médico-química era un ataque contra el uso abusivo de la sangría como método para curar enfermedades que rebasó este tópico al presentar también una defensa de los principios de la ciencia moderna.
¿No vemos que todas las artes y ciencias se han adelantado desde sus primeros inventores? ¿Por qué, pregunto, se ha de negar esto a la medicina, cuando su aumento pende de los experimentos?
(…)
Lo que es digno de grande reprehensión y lástima, es que algunos médicos estén tan bien hallados con la esclavitud de los antiguos, que menosprecien los modernos y sus inventos, vituperándolos.
Las fuentes de las ideas de Cabriada en la nueva medicina y química proceden de la teoría de la circulación de la sangre de Harvey y la iatroquímica en una línea de continuidad que va del famoso alquimista suizo Paracelso, principal promotor de la iatroquímica, pasando por la medicina química del médico, fisiólogo y químico flamenco, nacido en Bruselas, Jan Baptist van Helmont, hasta el médico y químico alemán, afincado en Holanda, Francisco de la Boë, llamado Silvio, y el médico inglés Thomas Willis .
La iatroquímica, del término griego iatros que significa médico, intentaba enlazar los conocimientos sobre química de la época con la medicina basado en la idea de que los fenómenos fisiológicos y patológicos se deben a reacciones químicas en el organismo humano. También, entre otros, Cabriada conocía las teorías del fisiólogo veneciano Santorio Santorio, del filósofo y matemático francés René Descartes y del filósofo natural inglés Robert Boyle. En otras palabras, Cabriada estaba al día con la nueva ciencia europea.
Al hacer una apasionada defensa del nuevo modo de concebir la actividad científica y refutar abiertamente la autoridad de los antiguos, esta carta generó una gran polémica entre los aferrados a la tradición y los partidarios de la modernidad. Veamos otros extractos de esta carta:
Pregunto pues: ¿por qué será malo que un médico mozo trabaje en adelantarse en esta materia [la química], inquiriendo los secretos y arcanos de la Naturaleza? ¿Por qué ha de ser ofensivo que en las consultas, diciendo su parecer con libertad, proponga este o el otro remedio químico de que tiene seguridad y repetidas experiencias para cuidar aquella enfermedad o achaque cuando con otro no se puede conseguir su curación? Sólo en esto se entorpece la curiosidad humana porque se quiere entorpecer. Suele el ingenio curioso deleitarse con la sabiduría de un secreto cuando lo alcanza o está en paraje de conseguirlo, pero hay entendimientos tan groseros que sólo con la ignorancia ciega se recrean.
Me ha sucedido en algunas juntas proponer algún remedio químico o algunas doctrinas nuevas anatómicas y entrar luego los médicos, que se siguen hablando, y decir: dejémonos de químicas, que nuestros antepasados curaron sin estas novedades. Una de dos, o esto arguye estar en inteligencia de que los antiguos lo alcanzaron todo, o arguye aborrecimiento al saber. No me persuade esta segunda parte del dilema: más disculpa tiene la primera, aunque no carece de culpa. ¿Qué hombre sano de juicio se puede persuadir que los antiguos dejaron la ciencia médica tan absolutamente perfecta que no se le puede añadir nada, mayormente cuando Hipócrates aconseja se hagan pesquisas de los rústicos acerca de sus observaciones?
(…)
¿Por qué, pues, no se adelantará y promoverá este género de estudios? ¿Por qué, para poderlo conseguir, no se fundará en la Corte del Rey de España una Academia Real, como la hay en la del rey de Francia, en la del de Inglaterra y en la del señor Emperador? ¿Por qué, para un fin tan santo, útil y provechoso como adelantar el conocimiento de las cosas naturales (sólo se adelanta por los experimentos físico-químicos) no habían de hincar el hombro todos los señores de la nobleza, pues esto no les importa a todos menos que las vidas? ¿Y por qué, en una Corte como ésta, no había de haber ya una oficina química con los más peritos artífices de la Europa, pues la Majestad Católica del Rey nuestro señor, que Dios guarde, los tiene en sus dilatados reinos, de donde se podrían traer los mejores? ¡Oh, inadvertida noticia. Y si advertida, oh inútil flojedad!
Juan de Cabriada estuvo entre los socios fundadores de la Regia Sociedad de Medicina y demás Ciencias de Sevilla; sociedad cuya fundación comentaremos más adelante.
Dos prologuistas del texto de Juan de Cabriada fueron novatores importantes. Se tratan de Dionisio de Cardona, médico de la reina madre Mariana de Austria (la madre del rey Carlos II) y el valenciano, nacido en Castellón, Miguel Marcelino Boix y Moliner, autor del libro Hipócrates aclarado y sistema de Galeno impugnado (1716). El prólogo de Dionisio de Cardona está dedicado a defender la libertad en el «filosofar y medicinar».
Juan Bautista Juanini, Diego Mateo Zapata y otros notables médicos novatores
El hispano-italiano Juan Bautista Juanini, quien nació en Milán y llegó a España en 1667 como médico privado del Príncipe Juan José de Austria, es otro médico importante en el movimiento de los novatores. Juanini fue autor del Discurso político y phísico (1679) y de Nueva idea physica natural demonstrativa (1685) – en el Discurso político y phísico. Juanini estudia la iatroquímica del aire de Madrid (o sea, la contaminación del aire). Juanini fue además un activo anatomista quien, según Henry Kamen, realizó cinco autopsias importantes entre ellas la del príncipe Don Juan José de Austria.
Otros notables médicos novatores son el aragonés José Lucas Casalete quien estuvo entre los primeros en romper con las doctrinas médicas tradicionales y expuso sus ideas en la obra Duae controversiae (1687), el médico zaragozano Nicolás Francisco San Juan y Domingo quien impulsa un movimiento renovador en la Universidad de Zaragoza, y el médico y filósofo judío hispanoportugués Fernando Cardozo (y luego, después de su conversión al judaísmo, llamado Isaac) quien fue profesor en Madrid y Valladolid y autor de Philosophia libera (1673) donde defiende la filosofía atomista de Gassendi.
En Sevilla, en 1693, funciona una tertulia con el nombre de Venerada Tertulia Hispalense, Medica-Chimica, Anathomica y Mathematica donde un grupo de eruditos centrados alrededor de la figura del médico sevillano Juan Muñoz y Peralta se reúnen para lograr el avance de la ciencia. Esta tertulia, en 1700, consiguió el beneplácito real de Carlos II convirtiéndose en la «Regia Sociedad de Medicina y demás Ciencias de Sevilla» (hoy, Real Academia de Medicina y Cirugía de Sevilla), la primera institución médica y científica española al servicio de los nuevos ideales en la medicina y la ciencia.
Hay que resaltar la participación de dos médicos que también fueron cofundadores de la Regia Sociedad de Medicina de Sevilla: Salvador Leonardo de Flores quien coincidiendo con Cabriada defendió la ruptura con las doctrinas médicas tradicionales y las publicó en su tratado Desempeño al método rational en la curación de las calenturas tercianas (1697), y al médico y filósofo Diego Mateo Zapata. En la primera parte, ya nos habíamos encontrado con Diego Mateo Zapata cuando nos referimos a los ataques del Padre Palanco contra las nuevas ideas calificando despectivamente a los portadores de estas nuevas ideas como ‘novatores’. Diego Mateo Zapata, quien era hijo de padres judeoconversos fue arrestado, torturado y procesado por la Inquisición en 1721, supuestamente, por judaizar y condenado a un año de cárcel, diez años de destierro de Madrid, Cuenca y Murcia y la confiscación de la mitad de sus bienes aplicados al Fisco.
Cuando era joven, Diego Mateo Zapata era partidario de las teorías de Galeno y en ese entonces publicó el libro Verdadera apología de la medicina racional filosófica (1690) donde ataca a Juan de Cabriada. Pero luego se convirtió en uno de los reformadores novatores más importantes de la medicina publicando su libro la Crisis médica sobre el antimonio (1701) en donde defiende la iatroquímica, el empleo de remedios químico y, en particular, el uso terapéutico del antimonio.
Hay una célebre acuarela del pintor Francisco Goya titulada Zapata, tu gloria será eterna.
Un microscopista entre los novatores
Otro preilustrado importante fue el pintor, grabador y microscopista valenciano Crisóstomo Martínez Sorlí autor del Atlas Anatómico, el cual, según los autores María José López Terrada y Felipe Jerez Moliner:
Por su calidad artística y rigurosidad científica y sobre todo por su completa originalidad, sus láminas anatómicas son superiores a las ilustraciones españolas de mayor importancia del siglo XVI… También están muy por encima de los grabados de Matías de Irala para la Anatomía completa del hombre (1728)… y, en general, de las ilustraciones de los libros anatómicos publicados en España durante el siglo XVIII. Pero la parte más nueva e importante de su obra fue, sin embargo, la dedicada a investigar la fina estructura ósea por distintos medios y principalmente con el microscopio. Crisóstomo Martínez pertenece, con pleno derecho, a la primera generación de microscopistas europeos junto a sus coetáneos Marcelo Malpighi, Antoni van Leeuwenhoek y Robert Hooke (…).
No es común que en los trabajos sobre los novatores se hable de los novatores científicos junto con los novatores humanistas. De hecho, la mayoría de los trabajos sobre los novatores son solo sobre los científicos. Sin embargo, en nuestro trabajo hemos querido ponerlos a todos juntos para resaltar que el movimiento de los novatores afectó a la ciencia y la cultura española de la época. En nuestra próxima entrega revisaremos el interesante caso de las tertulias científico-literarias valencianas y la participación en ellas de los novatores físico-matemáticos. Las tertulias constituyeron un factor importante de sociabilidad en el siglo XVIII. Son famosas las tertulias de los salones parisinos pero en España, en las ciudades de Valencia, Sevilla, Madrid y Barcelona, también existieron tertulias (ver Mestre Sanchis). El escenario para la tercera parte será la ciudad de Valencia, capital del Reino de Valencia de la Corona de Aragón, a finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII.
Para saber más
- Blutrach, C. (2014) El III conde de Fernán Núñez (1644-1721). Madrid, España: Marcial Pons Historia Consejo Superior de Investigaciones Científicas. ISBN: 978-84-00-09818-6.
- López Piñero, J. Juan de Cabriada y el movimiento novator de finales del siglo XVII. Reconsideración después de 30 años. Asclepio: archivo iberoamericano de historia de la medicina y antropología médica 45.1, pp 3-54.
- Martínez-Vidal, A., Pardo-Tomás, J. (2003) Un siglo de controversias: la medicina española de los novatores a la Ilustración. La Ilustración y las ciencias: para una historia de la objetividad, pp 107-135.
- Martínez Vidal, A., Pardo-Tomás, J. (1995) In tenebris adhuc versantes. La respuesta de los novatores españoles a la invectiva de Pierre Régis. Dynamis: Acta Hispanica ad Medicinae Scientiarumque. Historiam Illustrandam 15, pp 301-340.
- López Terrada, M. J., Jerez Moliner, J. (1994). El Atlas anatómico de Crisóstomo Martínez como ejemplo de ‘vanitas’. Boletín del Museo e Instituto’Camón Aznar 56, 5-34.
- Barona, J. L., (1993) Ilas tercianas de su Excelencia: el debate entre tradición y modernidad en la medicina española del Seiscientos, Idee 23, 49-66.
- Mestre Sanchis, A., (2010). La mascota del magistrado de Antonio. Saitabi 60-61, pp. 439-451.
José Álvarez-Cornett es Licenciado en Física (Universidad Central de Venezuela (UCV), 1981) con posgrados en Geociencias (Universidad de California, Berkeley) y Negocios (MBA, University of Southern California, 2000). Es geofísico petrolero, especializado en planificación estratégica y negocios Asia-Pacífico, estudió mandarín y cultura china en el Beijing Language and Cultural University (1992-1995). Ensayista, especialista en curaduría de contenidos – web information advisory – y estrategias de infoatención, profesor universitario (UCV) de historia de la ciencia y la tecnología, colaborador invitado en el Laboratorio de Historia de la Ciencia y la Tecnología del Centro de Estudios de la Ciencia del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) e investigador principal del Proyecto VES. Además de la historia de la ciencia y la tecnología, está interesado en la cultura y culinaria asiática, el desarrollo sostenible, la prospectiva tecnológica y los futuros personales. Está en Twitter: @Chegoyo
AGRADECIMIENTOS
La Fundación Persea agradece la infinita generosidad de sus patrocinadores: Carlos Ortega Sr., Sobella Mejías, Héctor Pittman Villarreal, My fit body project y Vicente Di Clemente (Estrella Gigante Roja en Patreon) .
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