Lo que llamamos caos no son más que patrones que no sabemos reconocer. Lo
aleatorio no es más que un patrón que no sabemos descifrar. Si no entendemos algo,
lo llamamos sinsentido.
Si no sabemos leer algo, lo llamamos galimatías.
No existe el libre albedrío.
No existen variables.
Chuck Palahniuk – Superviviente
La incertidumbre define nuestra comprensión del universo. Aunque las reglas de las interacciones fundamentales de la naturaleza nos son más o menos bien conocidas, sus combinaciones y ocurrencias, como las infinitas canciones que pueden imaginarse con unas pocas notas musicales, generan la infinita diversidad en infinitas combinaciones de eventos que vemos en la naturaleza. La ciencia, con sus cuidadosas y meticulosas observaciones y corroboraciones experimentales, ha sido la guía para comprender y controlar la incertidumbre de esas infinitas combinaciones.
Esa misma herramienta que nos permite aprovechar las reglas de la naturaleza para mejorar nuestras vidas también nos recuerda nuestras limitaciones y debilidades, esto es, la ciencia también nos da idea sobre qué tanto podemos dominar y controlar la incertidumbre en el mundo que nos rodea: hemos aprendido que por mucho que avancemos en el andar científico, nunca podremos hacer predicciones perfectas del futuro, nunca podremos eliminar del todo la incertidumbre.
Esa incapacidad de predicción perfecta hace que nuestras vidas estén permanentemente marcadas por lo desconocido, desde el miedo que nos genera un ruido inesperado en un arbusto en las estepas africanas que nos vieron nacer, hasta la fantásticamente remota posibilidad de que nuestro universo sea una simulación que pueda ser apagada en cualquier momento. Así cada uno de nosotros busca una manera de navegar el miedo primigenio que nos genera la incertidumbre sobre lo que nos depara el futuro: buscamos un asidero, algo que nos permita sentir algo de control, incluso si esa sensación de control es ilusoria. Encontrar un atisbo de orden en el caos, un acorde reconocible entre el ensordecedor ruido, nos brinda calma; la detección de patrones en la naturaleza ha sido la herramienta que la evolución le ha brindado a los seres vivos para sobrevivir.
Sin embargo, estos mecanismos no son perfectos, la evolución no es un impoluto ingeniero sino que como diría el famoso biólogo Richard Dawkins, se asemeja más a un relojero ciego, dando tumbos, explorando todo su espacio de posibilidades y, quedándose con lo que funciona más o menos bien, sin preocuparse mucho sobre elegancia o perfección. Así, en muchas ocasiones los mecanismos de detección de patrones de los seres vivos pueden cometer errores: a veces no detectando un patrón de extrema importancia (por ejemplo, un depredador oculto al acecho) pero en otras detectando un patrón inexistente y, a falta de uno mejor, aferrándose a él incluso cuando vemos que no funciona (pensemos en el apostador empedernido que está convencido de que los dados “están calientes” y que no puede perder a pesar de encontrarse ya en la ruina). Es en esta segunda falla donde nacen las teorías de conspiración, en el dibujo de patrones que no están allí, en detectar depredadores donde realmente habían sombras de ramas movidas por el viento.
Estos tiempos de pandemia, cuando el miedo y la incertidumbre nos vapulean con tanta fuerza y sacuden la confianza en nuestro dominio de la naturaleza, activan los más antiguos y atávicos lugares de nuestro cerebro, llevándonos a buscar el cobijo de explicaciones rápidas y sencillas que nos devuelvan la relativa calma que da la pretendida comprensión del mundo. Pero como bien afirmó H. L. Mencken: “para todo problema humano hay una solución simple, plausible y equivocada.” Veamos una de las teorías de conspiración que se han hecho más populares a raíz de la actual pandemia asociada al virus SARS-CoV-2, la que afirma que el virus es generado o su impacto multiplicado por la radiación emitida por las antenas de telefonía celular de quinta generación, mejor conocida como 5G.
Al hablar de estas teorías de conspiración es imposible desmontar todas las versiones y sabores distintos en que se manifiestan: la mente humana es asombrosa a la hora de diseñar patrones y urdir con ellos historias que, aunque suenan plausibles en primera instancia, se vienen abajo rápidamente con la más ligera brisa de evidencia. Por esto discutiremos sólo algunos detalles comunes a todas las conspiraciones que corren como incendio descontrolado por las redes sociales y cadenas de correo, teniendo siempre en mente que quienes las comparten y popularizan en su gran mayoría no son estúpidos o malintencionados, sino que en una situación donde se unen una mala formación científica popular, un panorama de cambios rápidos e inciertos y un liderazgo político y comunicacional deficiente o genuinamente desbordado, el miedo los lleva a buscar el primer salvavidas que se encuentra… incluso si está hecho del más débil papel.
La naturaleza de la Bestia ¿Qué diablos es el coronavirus?
En términos sencillos un virus biológico (esta distinción será importante en breve) es un agente infeccioso que solamente puede replicarse dentro de las células de otro organismo. Comúnmente consisten de una cadena de ADN o ARN (que contiene la información genética del virus y es lo que busca reproducirse) recubierta de una capa protectora de proteína o grasas. Como su estructura es muchísimo más simple que la de una célula, determinar si los virus son una forma de vida o no es un debate abierto actualmente en biología.
Aquí tenemos la primera pista acerca del por qué relacionar un virus biológico con una tecnología de telecomunicaciones. Desde que hemos desarrollado la tecnología de computadores personales, hemos creado programas informáticos cuya misión es reproducirse y “secuestrar” una computadora para hacer algo indeseado por su usuario. Los programadores de esos tempranos programas, viendo una analogía con “programas biológicos” que secuestran “computadoras orgánicas” para reproducirse llamaron a sus creaciones virus informáticos. La confusión en una sociedad con un pobre dominio tanto del conocimiento técnico informático como del conocimiento científico biológico es tristemente comprensible.
Los coronavirus, por su parte, son una familia de virus que causan enfermedades en algunos animales, entre ellos los humanos, donde usualmente generan enfermedades respiratorias. Reciben su nombre porque tienen unas pequeñas espinas de proteína en su superficie, llamadas peplómeros, que hacen que se vean como una imagen de la corona solar. En humanos, las enfermedades asociadas a los Coronavirus recorren la gama de letalidad, desde síntomas similares a los de un resfriado común (normalmente causados por otros virus, los rinovirus) hasta enfermedades mucho más graves y letales como el Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS, por sus siglas en inglés) o el Síndrome Respiratorio del Medio Oriente (MERS), con mortandades de cerca de 13% y 36% respectivamente. La cepa de virus causante de la pandemia actual recibe el nombre de SARS-CoV-2 y su enfermedad asociada COVID-19 (COronaVIrus Disease 2019, en inglés).
Tenemos entonces ya la primera herramienta para cuestionar las teorías de conspiración que conectan al SARS-CoV-2 con la telefonía 5G ¿cómo podría una tecnología celular causar o influir en un virus biológico? Podemos ya descartar las teorías que afirman que 5G “causa” COVID-19, pero aún nos queda por comprender si sería posible que la telefonía celular de quinta generación agrave o coadyuve a los síntomas del COVID-19. Para esto necesitamos entender el espectro electromagnético y la telefonía celular moderna.
El Arcoíris Tecnicolor: el espectro electromagnético
Una de las dificultades que nos hemos creado los físicos a la hora de explicarle al público lo que hacemos es que, dicho simplemente, somos pésimos con el marketing: tendemos a llamar con el mismo nombre a cosas cuya relación es débil o incluso inexistente. Tal es el caso de una palabra que resuena muchísimo cuando la decimos pero cuyo significado tiene implicaciones muy distintas dependiendo del contexto en que se enuncia, hablamos aquí de la radiación.
Cuando se habla de radiación, la mente usualmente tiende a crear la imagen de la infame nube con forma de hongo tras una explosión nuclear o a imaginar ominosas barras de un color verde brillante. Para simplificar, baste decir que cuando un físico emplea la palabra radiación normalmente está hablando de alguna de las siguientes: partículas emitidas por reacciones atómicas o nucleares o, por otro lado, las distintas manifestaciones del espectro electromagnético. Aunque la separación que mencionamos no es en lo absoluto apropiada, es adecuada para comprender el por qué de la posible confusión del público en general cuando se menciona la palabra radiación que les llevaría a cometer errores al interpretar lo que puede o no hacer una señal de microondas.
En el primer caso, estamos hablando de reacciones atómicas o nucleares, emisión de partículas alfa, beta y gamma, de neutrones, de rayos cósmicos y de otras partículas que se explican empleando las reglas del Modelo Estándar de las partículas elementales. Es el terreno de la electrodinámica cuántica y la cromodinámica cuántica. En el segundo, dejamos el mundo de lo cuántico para regresar al mundo clásico de la física del día a día, donde se puede hablar simplemente de electromagnetismo. En el caso de las tecnologías de telefonía 5G, estamos firmemente en el terreno de la electrodinámica clásica, es decir, imanes y circuitos eléctricos, no el reactor nuclear de Springfield.
Como el caso que nos interesa es el de la radiación electromagnética debemos entrar un poco más al detalle en el tema. Podemos imaginar una onda electromagnética interactuando con una molécula de ADN como una ola que se acerca a una flota de botes pesqueros que están distanciados entre sí por cuerdas. Aquí el mar sería el campo electromagnético, los botes los átomos de la molécula de ADN y las cuerdas serían los enlaces electroquímicos que los unen.
Cuando el mar está calmo, hay una gran distancia entre los picos de las olas, es decir, las olas son de baja frecuencia, y aunque tengan gran amplitud no son particularmente peligrosas para nuestra flota. Pero, cuando el mar está muy picado, la frecuencia de las olas aumenta y no hace falta demasiada amplitud para causarle problemas a nuestra flotilla de pescadores. Las olas los ponen en peligro enredando o peor, rompiendo las cuerdas que los mantienen en formación. Cuando hay una cuerda rota o enredada, nuestros pobres navegantes tratan de reparar la formación como pueden, pero de vez en cuando la reparación pierde algún barco o cambia la forma de la flotilla. Cuando esto ocurre en una molécula de ADN, el resultado es una mutación.
Una mutación ocurre cuando el genoma de una célula es reescrito, bien sea perdiendo una “letra” del código genético o cambiando su posición relativa al resto; esto puede ocurrir por varias razones, entre ellas la interacción con una onda electromagnética. La mayoría de las mutaciones en un organismo son dañinas y, cuando superan los mecanismos de reparación de un ser vivo, pueden generar cáncer y otras terribles condiciones. Para romper los enlaces moleculares la energía que debe tener una onda electromagnética debe ser mayor de los 12 eV (aproximadamente 2×10^-18 Jouls), que corresponde a una frecuencia de 3 PHz (Peta Hertz, 3×10^15 Hertz) esto es una longitud de onda de 100 nanometros, o luz ultravioleta (UV). Es por esto que la luz UV es empleada para desinfección de objetos y el por qué debemos usar protector solar al exponernos al sol.
Entonces vemos que para generar mutaciones con radiación electromagnética es necesaria luz con una frecuencia en el ultravioleta o más allá, pero las señales de telefonía celular están en el orden de las microondas, que tienen frecuencias entre los 300 Mega Hertz y los 300 Giga Hertz (abreviado como MHz y GHz), esto es, diez mil veces menor que el ultravioleta. En el caso específico de las antenas 5G, las frecuencias van desde la banda más baja en los 2,4 Giga Hertz hasta la más alta en los 72 Giga Hertz. Esto significa que la energía de las ondas electromagnéticas involucradas en la telefonía celular son entre diez mil y diez millones de veces más bajas que la necesaria para romper los enlaces de la molécula de ADN y generar mutaciones. Es por eso que no hay evidencia alguna de un mecanismo que conecte el uso de teléfonos celulares y un aumento en la incidencia de cáncer.
Antenitas de vinil y sombreros de aluminio: hablemos de microondas
Pero seamos generosos con quienes cuestionan lo anterior y confían en una conspiración. Puede que el problema no sea que las señales rompan enlaces moleculares y generen mutaciones (en el virus o en nuestras células) sino que las microondas generan un aumento de la temperatura corporal de manera similar a una fiebre y eso multiplica el daño que causan los síntomas del COVID-19. Después de todo, cualquiera que haya usado un horno de microondas sabe cuán efectivos son a la hora de calentar una taza de café o unas deliciosas cotufas, así que tener uno pegado al oído no debe ser muy bueno, es más todos hemos sentido cuánto se calientan nuestros teléfonos tras una llamada larga o una agresiva partida de Fortnite.
Un horno de microondas calienta los alimentos aprovechando que las moléculas de agua son dipolares, esto es, su composición y forma generan un lado con una ligera carga positiva y otro con una ligera carga negativa. Esa maravillosa propiedad hace al agua bastante peculiar, permitiendo la existencia de la vida como la conocemos y hace que las moléculas de agua roten cuando son expuestas a microondas con una frecuencia de 2,45 GHz. Esa rotación produce vibraciones en todo lo que rodea a la molécula de agua y a esas vibraciones las llamamos calor.
¡AJÁ! Exclaman nuestros compañeros en redes sociales convencidos de que han dado con la evidencia de que su teoría sobre el 5G es cierta. La frecuencia a la que funcionan los hornos de microondas es la misma del 5G que mencionamos más arriba así que ahí está la conexión ¿cierto? Pues no exactamente. No basta solamente con tener una onda electromagnética de la frecuencia correcta, también debe tener la potencia suficiente para causar problemas, esto es, la energía que deposita la onda en la molécula por unidad de tiempo debe ser lo suficientemente alta como para elevar la temperatura del cuerpo a niveles preocupantes. Si volvemos a nuestro ejemplo con la flotilla de barcos, no basta con hacer que los barcos sientan una ligera torsión para causarle problemas a nuestros pescadores, la velocidad con la que den vueltas debe ser lo suficientemente alta como para poner en riesgo sus embarcaciones. No es lo mismo un suave giro hacia estribor en un idílico verano mediterráneo que estar en medio de un huracán caribeño.
Otro detalle importante es que la capacidad de penetración de las microondas depende de su frecuencia y del tipo de material que las absorba. En general, a mayor frecuencia menor profundidad de penetración y viceversa. Para la frecuencia de funcionamiento de los hornos de microondas caseros, la profundidad de penetración es de 17 mm y para las redes de telefonía 5G van desde esos mismos 17 mm hasta los 0.5 mm para las frecuencias más altas. Esto no es muy profundo (y de hecho es una de las mayores debilidades de la tecnología 5G), pero si la potencia es lo suficientemente alta podríamos correr el riesgo de una quemadura por microondas. Este es precisamente el principio de funcionamiento de nuevos armamentos no letales empleados por algunas fuerzas de orden público para el control y dispersión de masas. Estos sistemas emplean grandes antenas de microondas con una frecuencia alrededor de 90 GHz para aumentar la temperatura de la piel de un blanco a cerca de 40 ºC a una profundidad máxima de 0.4 mm (que ni siquiera alcanza la dermis para la mayoría de las personas en la mayoría del cuerpo). Que, de ser una temperatura asociada a una fiebre sería extremadamente peligrosa, pero dada la limitada profundidad del aumento de temperatura en la piel, no pasaría de ser la temperatura de una ducha incómodamente caliente.
Los hornos de microondas usados en los hogares tienen una potencia de entre 600 y 1200 W, lo que les permite aumentar la temperatura del agua al punto de ebullición con tremenda facilidad. Si la potencia emitida por las antenas de telefonía puede llegar a esos valores nuestros amigos conspiranoicos podrían tener algo de evidencia a su favor. Sin embargo hay otro inconveniente: la potencia que emite la antena debe repartirse por un área cada vez mayor a medida que nos alejamos de la fuente así que mientras más nos alejemos de la fuente recibiremos una energía menor por unidad de tiempo. Esta es la intensidad de una fuente de energía y es la razón por la que una linterna puede cegarnos si la encendemos cerca de nuestro rostro pero no nos molesta si la vemos desde el otro extremo de un campo de fútbol.
Si suponemos que la energía que emite la antena se reparte en una esfera a su alrededor, podemos hacer algunos cálculos sencillos para saber cuánta energía puede absorber una persona expuesta a la radiación de una antena y dilucidar si está en riesgo de una quemadura. Las celdas transmisoras 5G tienen potencias entre 10 – 20000 Vatios (en inglés Watt, que se abrevia como W), si tomamos el valor mayor, correspondiente a celdas pensadas para proveer servicio a zonas metropolitanas, cuyo alcance es de varios cientos de metros, un cálculo sencillo muestra que la potencia que alcanza a una persona a distancias entre 10 y 100 metros de la antena estaría entre los 3 W y 30 mW, es decir entre doscientas y doscientas cincuenta mil veces menor que la potencia de un horno de microondas residencial. Muy poca energía para causar problemas ¿y la potencia de esas armas no letales de control masivo que mencionamos anteriormente, que calientan apenas al punto de la incomodidad? Del orden de los 2,5 MW y tienen una distancia efectiva de 250 metros, que es 2000 veces mayor que la de un horno de microondas casero o que una antena de telefonía.
En vista de todo lo anterior es bastante claro que el caso de nuestros amigos conspiranoicos no queda muy bien sustentado. Más todavía si tomamos en cuenta que las antenas dentro de los teléfonos celulares son mucho más pequeñas y menos potentes que los ejemplos que hemos considerado, con potencias que oscilan entre los 0,1W y 3W. Es precisamente por esto que todos los estudios realizados sobre las relaciones entre la radiación de microondas asociada a la telefonía celular no han logrado mostrar efectos nocivos más allá del calentamiento de tejidos que mencionamos anteriormente. Nada de virus, nada de cáncer, la evidencia no lo soporta.
Entonces ¿qué queda?
El último hilo de la cadena conspiranoica y, que no tocaremos aquí por no ser estrictamente científico, está asociado a las preocupaciones de algunas compañías de comunicaciones y de los organismos de inteligencia de algunos gobiernos porque muchas de las patentes asociadas a esta nueva tecnología de telecomunicaciones están en manos de la compañía Huawei. Esta compañía ha sido conectada con altos funcionarios del ejército de la República Popular China, lo que ha despertado suspicacias debido a las conocidas limitaciones que dicho gobierno impone a las comunicaciones de su población. A pesar de esas preocupaciones, muchos países del mundo están trabajando en la implementación de redes 5G, usando infraestructura proveniente no sólo de Huawei sino de otras compañías de telecomunicaciones como Siemens o Alcatel, lo que sugiere que realmente los gobiernos y las empresas no están muy preocupados por virus que vengan de sus desarrollos de telecomunicaciones.
Sin embargo, la duda seguramente queda, las sombras siguen siendo amenazantes, el miedo aún no cede ante la evidencia. Todavía seguramente quedará alguien que aún no esté convencido, a quien el llamado a investigar por su cuenta lo lleve más y más profundamente dentro del camino de la conspiranoia, que piense que todo esto es un plan para la dominación mundial, para establecer el gobierno universal, para confiscar sus libertades y controlar a la población. A todos ellos no les puedo ofrecer respuestas pero sí algunas preguntas:
Si Ud. quisiera eliminar a los oponentes a sus planes ¿tiene sentido ponerlos en una situación donde deban usar máscaras y guantes, haciendo mucho más difícil identificarlos, localizarlos y eliminarlos? ¿tiene sentido crear una situación que obliga a las fuerzas del orden público a evitar el contacto con ellos so riesgo de contagio y alejamiento de sus propias familias y amigos? ¿no rompe eso la cohesión de esas fuerzas opresoras y por tanto su efectividad?
Si Ud. buscara controlar a la gente y afianzar su poder ¿tiene sentido crear una situación en la que deben adquirir agua, comida y medicamentos para mantenerse por semanas o meses sin depender de alguien más, viéndose obligados a crear redes descentralizadas independientes cuando esas reservas se ven mermadas? ¿tiene sentido descalabrar la economía mundial de la que dependen las fortunas y por tanto el poder de esos hipotéticos amos del mundo? ¿tiene sentido crear una situación en la que las fuentes usuales de distracción del público (como conciertos, teatros y centros comerciales) no solamente no están disponibles sino que son potenciadores importantes del problema? ¿tiene sentido mantener a la gente en sus casas usando constantemente sus teléfonos y computadores creando tantas redes de contacto independientes y descentralizadas que se vuelven imposibles de rastrear, controlar o eliminar?
Si Ud. quisiera convencer a la gente de aceptar un gobierno universal y así subyugarlos ¿tiene sentido permitir que la respuesta de los gobiernos del mundo sea tan desigual, torpe y poco informada? ¿sería razonable crear una enorme desconfianza en las fuentes oficiales de información, favoreciendo las redes informales tejidas independientemente por la gente? ¿tiene sentido colocarse en una situación donde los estallidos sociales y las crisis políticas y económicas no se hacen menos sino más probables? ¿no es mejor para sus planes de control y dominio la paz, la tranquilidad y la prosperidad de todo el mundo?
La incertidumbre genera miedo, pero el miedo se puede controlar con raciocinio y la incertidumbre se puede domar con conocimiento corroborado experimentalmente. Como dice el cliché: La verdad está afuera, pero no son los “reptilianos iluminati de la comisión trilateral con su tiempo cúbico”, de eso podemos estar bastante seguros.
AGRADECIMIENTOS
Fundación Persea agradece la infinita generosidad de sus patrocinadores: Carlos Ortega Sr., Sobella Mejías, Solmar Valera, Spencer Craft, Jiří Svozilík, Leonardo Quevedo, My fit body project y Vicente Di Clemente.
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